Idea de Progreso y Contradicciones Sociales
en la Araucanía a fines del siglo XIX
Por Pablo A. Oporto A*
Sin duda que la
irrupción del ferrocarril en la Araucanía a fines del siglo XIX representó un
símbolo de progreso y soberanía para el país y para personajes progresistas, y
en particular, para los presidentes
Federico Errazurriz, J. M. Balmaceda o el ministro de este último Pedro Montt.
Y no podía ser de otra forma en una nación que aún no cumplía su centenario
cuando ya sentía el deseo profundo de igualar logros que estaban transformando
a la vieja Europa, moderna e industrial, que difundía sus progresos, sus
imágenes, sus ideas, en definitiva, sus símbolos culturales por todo el globo.
Pero
al tiempo que estos elementos del progreso, para la elite mas europeizada, se introducían en los países y regiones -
como en nuestra Araucanía - traían consigo formas de trabajo, de relaciones
sociales y económicas que se sostenían
en la asimetría entre quienes encabezaban las directrices de los cambios y los
grupos subordinados a estos últimos. Uno de los resultados mas significativos
de este proceso transformador fue la alteración del espacio prístino y el
término para el hombre desposeído materialmente, mas no culturalmente –
indígena o no, de los medios para subsistir libre y espontáneamente o lo que comúnmente podríamos llamar despojo
de los medios de producción.
El
ferrocarril y su influjo, que para algunos fue el ícono, del siglo XIX
transformo al espacio y a los hombres de la Araucanía la cual vertiginosamente se ponía al día en
los tres siglos que le llevaba de ventaja el Chile Central y el Norte Chico en
cuanto a la implantación del modelo capitalista industrial de la época. En este
plano el ferrocarril puso su gran cuota de empeño, pero su sombra llevaba
oculta pobreza, violencia, precariedad y explotación laboral, engaños y, en
fin, todo aquello que el discurso de Balmaceda y las apologías liberales acerca
del progreso ocultaban.
Se nos
preguntaba en una cátedra universitaria sobre las imágenes que poseíamos del
XIX a lo que muchos de los que estabamos en ese instante respondimos con la
imágenes clásicas: el salitre, la guerra del Pacífico, la crisis política del
91, Portales, las constituciones, etc.; pero el profesor de aquella cátedra,
sin desdeñar lo que decíamos, agregaba que el siglo XIX también era el siglo de
la pobreza. Cuestión cierta si hurgamos en la historia del ferrocarril en
cuanto a su construcción a su paso por la Araucanía con todo lo que ello
implicaba, como las condiciones en que trabajaban los carrilanos, su
satisfacción por un plato de porotos cuando el salario se atrasaba o la
imposibilidad de mantener un trabajo estable por lo que tenía que emigrar a las
cosechas del norte para luego volver a las faenas del ferrocarril sin ver
mejorada mayormente su situación económica y su calidad de vida.
En el
ámbito nacional la construcción del ferrocarril comienza en los inicios de la
segunda mitad del siglo XIX, en una mezcla de construcciones privadas ligadas a
la minería del norte y las construcciones ferroviarias estatales. Estas últimas
verían interrumpido su desarrollo en casi once años, producto de tres
circunstancias: la crisis económica de la segunda mitad de la década del
setenta; las crecientes tensiones con los países limítrofes que desembocarán en
la Guerra del Pacífico en 1879 y los grandes temporales y aluviones de 1877 que
provocaron daños significativos en varios puentes y vías férreas.
Estas
situaciones paralizaron la construcción de ferrocarriles al sur de Chile por
casi once años. Cuestión muy lamentada por progresistas como el ministro de
Balmaceda, Pedro Montt, cuando se dirigió al Congreso Nacional en 1887,
señalando que “desde hace once años, esto es, desde 1876, no se ha entregado al
tráfico un kilómetro de ferrocarril por cuenta del Estado” (1), y agrega, en alusión
al progreso que significa este medio de transporte, que “60 kilómetros de
ferrocarriles por año es lo menos que puede construir la República si no quiere
quedarse muy atrás en la vía del progreso” (2). Sin duda que la propiedad
con que hablaba se sustentaba en la real convicción de que el país podía
económicamente extender sus vías férreas al sur. Cómo no iba a estar convencido
si los ingentes ingresos con los que contaban el país desde 1880 - producto de
las explotaciones salitreras en las regiones en disputa con Bolivia- daban fe
de que esta empresa ferroviaria era posible. Estos ingresos facultaron al
gobierno de la época (Gob. de Domingo
Santa María, 1881-1886) a iniciar un ambicioso plan de construcción de líneas
férreas, con el fin de consolidar, entre otras cosas, su soberanía en el
extremo sur del país mediante la introducción del ferrocarril en la región de
la Araucanía.
Cabe
señalar eso sí, que la penetración del ferrocarril en la Araucanía se había
iniciado en 1868, es decir, pocos años después de la ocupación de este espacio
nacional, en los inicios de la construcción del tramo entre Chillan y Talcahuano,
aunque se intensificaró en el gobierno de J. M. Balmaceda (1886 – 1891). Los
primeros estudios para la penetración definitiva comienzan en 1883 para unir
los tramos de Angol a Traiguén en vista a extenderlo hasta Temuco (recién
fundado en 1881). En 1884 el contrato de construcción es asignado a la empresa
Meyers & Hillman y en 1888 comienzan los trabajos estando la punta de
rieles en Collipulli, lugar desde donde comienza a describir sus experiencias
el ingeniero belga Gustave Verniory.
Estos
antecedentes nos sirven para ubicarnos en el contexto temporal y espacial en
que se desarrollaba el ferrocarril al sur al amparo del estado progresista y
rico después de la Guerra del Pacífico. Las alusiones al progresos y al momento
culmine para llevarlo adelante se hicieron mas plausibles a partir de este
momento.
Ya se
destacaba en los discursos de Balmaceda esa esencia subyacente progresista que
lo llevarían a posicionarse entre los presidentes de Chile – sino el primero – más
progresistas de la historia de Chile.
Sin embargo, la estrategia progresista para tratar la cuestión de la Araucanía
tiene sus antecedentes en otro fiel creyente de los milagros de la técnica e
impulsor de los beneficios de la modernidad. Nos referimos al Presidente
Federico Errazuriz Zañartu, quien no vaciló en expresar que la seguridad y pacificación de la Araucanía sería obra
de los ferrocarriles. Según palabras expresadas por él en 1873 diría que “la
locomotora va a resolver en breve tiempo el problema de los tres siglos,
manifestando prácticamente a los bárbaros pobladores de aquellos ricos e
inmensos territorios el poder y las ventajas de la civilización” (3)
Es difícil
señalar si para estos “barbaros”
significó ventajas esta concepción civilizadora, como sí lo fue la concepción
civilizadota hispana que les hizo mucho daño a nuestros indígenas. Cabe señalar
eso sí, que muchos de estos últimos se incorporaron al trabajo remunerado y
fueron cientos y tal ves miles, como señala Ferrando (1986), los que trabajaron
como jornaleros en la construcción del ferrocarril. Un ejemplo de esta
participación Mapuche en las faenas ferroviarias fue los cuatrocientos mapuche
que trabajaron junto a peones chilenos en el trayecto San Rosendo – Angol que
llego a su término en 1876 (4); diez años después, en enero de 1896,
Verniory nos cometa que a falta de obreros chilenos, los cuales habían
partido a las cosechas del norte, se tuvo que reclutar a las faenas “indios”,
como el los llamaba, que en espera de su cosecha estaban “en una extrema
necesidad”. Según señalaba, “estos se satisfacen con las raciones de porotos
pero son poco productivos”. Como no iban a serlo si las formas de trabajo
capitalistas para ellos eran desconocidas.
Pero no
abandonemos esta idea de progreso a la europea que atraviesa nítidamente la
segunda mitad del XIX y que se encarna en J. M. Balmaceda. Este señala en 1889
que las bases cardinales de la futura prosperidad y engrandecimiento son la
instrucción pública y el enriquecimiento de los ciudadanos. En este
planteamiento vemos que la instrucción pública también fue un elemento
importante en la concepción de progreso par este presidente.
En otro
discurso realizado en la Serena el 22 de marzo de 1889 Balmaceda deja ver cual
es la función del estado en este camino al progreso al señalar que “este puede
suministrar gran parte de los elementos en que las virtudes individuales deben
ejercer su acción directa y bienechora, que por eso procuro que la riqueza
fiscal se aplique en la construcción de liceos y escuelas y establecimientos de
aplicación de todo genero, que mejoren la capacidad intelectual de Chile; y por eso no cesaré de emprender la
construcción de vías férrea, de caminos, de puentes, de muelles y de puertos,
que faciliten la producción, que estimulen el trabajo, que alienten a los
débiles y que aumenten la savia por donde circula la vitalidad económica de la nación”
(5)
Sin duda
que todo aquello sonaba bien desde un escritorio o un proscenio, además, si se
contaba con los recursos para hacerlo era aun mejor, pero el destino de
Balmaceda y los representantes del estatu
quo como lo era la elite terrateniente representada en el parlamento dirían
otra cosa el año 91, que no es materia de este ensayo, pero que explican, a
nuestro parecer, el porque estas ideas de progreso, una ves mas se pragmatizan
en aquello que sólo beneficiará a los ricos propietarios de recursos naturales
mineros y agrícolas que verán en el ferrocarril una mejor forma para sacar sus
productos del interior hacia los puertos de embarque aumentando así su riqueza (6). Esto es innegable a
propósito que la Araucanía representaba un rico espacio para el cultivo del
trigo a gran escala para destinarlo a los mercados mundiales.
Cuando
leímos el discurso de Balmaceda del 26 de octubre de 1890 al inaugurar el
Viaducto del Malleco, será posible que la ciencia y la industria moderna tengan
un poder de creación capaz de someter todos los elementos de la naturaleza a su
sabiduría y a su imperio, como señala el discurso, sabiendo que esta misma
sabiduría de la ciencia y la industria moderna que emana del hombre es la misma
que redujo a los indígenas, sometió al carrilano y vio en el europeo una raza
superior.
Balmaceda
es honesto al señalar en ese 26 de octubre que en ese momento se invadía el
suelo de aquellos bravos (Mapuche) “no para incendiar la montaña, ni para hacer
cautivos, ni para derramar la sangre de nuestros hermanos, ni para sembrar la
desolación y el terror: con el ferrocarril llevamos a la región del sur la
población y el capital y bajo la iniciativa del gobierno (...) la escuela en la
que se enseña la noción de ciudadanía y del trabajo” (7). Ante este planteamiento
podemos decir que no se incendio la montaña, pero si se talaron los bosques nativos para
combustionar los motores de las locomotoras o para la construcción de
durmientes y la actividad agrícola, “devastación funesta que hará pronto que la
Arucanía, antes tan exuberante, tome el aspecto desnudo y desolado de Chile
Central” (8), señala el propio Verniory;
no se tomaron cautivos ya que se necesitaba la mano de
obra indígena junto a la chilena para aumentar el numero de carrilanos a las
faenas; producto de esto mismo, tampoco se derramó sangre de parte del estado,
pero si fue frecuente que “en los días de pago apareciera dos, tres o mas
trabajadores muertos que se enterraban en los rellenos de las mismas faenas y
aquí no ha pasado mas” (9), la desolación y el terror no la
trajeron la malocas, sino que fueron reemplazadas por el estruendo del
ferrocarril y sus comboyes, como tubo ocasión de distinguir Verniory , cuando
señala que los indígenas eran los únicos que conservaban una impasibilidad absoluta
mientras los demás, con un entusiasmo desbordante, ven llegar el primer tren a
Temuco (10)
.
“Todos los
problemas económicos del porvenir de Chile están ligados a la construcción de
nuevas líneas férreas”(11), señala Balmaceda en el mismo discurso de octubre de 1890. Habrán
pensado lo mismo los peones campesinos del Chile Central y Norte Chico que ya
contaban con la experiencia de haber construido las vías férreas para el
servicio de las actividades mineras, o sin ir mas lejos, habrán pensado igual que
el Presidente aquellos carrilanos que
iban y venían (por sistema de enganche) desde las actividades agrícolas del
norte a las construcciones de ferrocarriles en la Araucanía buscando siempre
donde los ingresos resultaran mas elevados (12). Recordemos que el
ferrocarril se introduce en Chile en 1851, en Copiapó, y de entonces hasta el
discurso de Balmaceda en 1890, la situación económica del peón, el cual poco a
poco se va transformando en el proletario del siglo XX, no se ve mayormente
mejorado con el dezsarrollo del ferrocarril y, peor aun, sus lasos de
dependencia a un sistemas de trabajo capitalista, sobre el cual no tiene
control, aumentan día a día.
Como
podemos ver, la fastuosidad del ferrocarril y la sombra que proyecta lleva
oculta un sin numero de situaciones que no encajan en el progreso triunfante de
Balmaceda sobre la naturaleza, bajo la sabiduría de la ciencia y de la
industria moderna.
Veamos que
sucede con otros elementos que van ocultos en esta sombra del tren a su paso
por la Araucanía y el espejismo del progreso balmacedista que nos Muestra el
belga Gustave Verniory en los diez años, (1889 – 1899), que estuvo como
ingeniero en la construcción de las vías férreas en la Araucanía.
Los
carrilanos se componían de variados hombres y sus respectivos oficios, hombres
que tenían en común que todos ellos eran parte del cambio masivo de las
relaciones sociales de producción que estaba generando el ferrocarril y que
significaba la dependencia a la salarización monetaria de grandes masas
peonales (13).
Campesinos
de la Zona Central, ex combatientes de la Guerra del Pacífico, mineros del
desierto, cesantes, extraños fugitivos y también indígenas conformaron los
tipos sociales que formaron parte de la gran masa anónima del obrero
ferroviario o bien carrilano.
Para
hacernos una idea de la cantidad de hombres que participaban en la construcción
de las vías férreas podemos mencionar que, al sur del Cautín, en 1889, en sus
primeras labores, Verniory trabajo junto
a 1800 obreros; 6años después en una faena en Quepe trabajó junto a 1500
obreros, aunque en ocasiones este numero
podía bajar a la mitad dependiendo de los trabajos a realizar. Lo que si es
permanente es el alojamiento y la comida que se les proporciona mientras dura
la faena. De esto último podemos señalar
que los alojamientos por lo general, son grandes barracones, divididos para
solteros y casados; esos espacios no tienen ningún tipo de mobiliarios; “los
hombres se tienden vestidos sobre camas de ramaje que ellos arreglan a su
gusto. En la noche un sereno o vigilante nocturno circula por el campamento
armado de un sable o un látigo” (14). Considerando lo anterior, ¿ es posible armonizar la imagen moderna y
progresista del ferrocarril junto a camas de rramaje y guardias con látigo y
sable?. En cuanto al alimento, cada mañana el obrero recibe un pan de 400 gr, a
medio día una porotos y por la tarde
otro pan de 400 gr.
El roto,
como lo llama Verniory, “prefiere sobre todo sus porotos, sin los cuales estima
que no podría vivir” (15). En cuanto al salario, este dista mucho de estar a la altura del
progreso, ya que estos carrilanos ganaban entre 60 y 80 centavos diarios (entre
18 y 24 pesos al mes); cabe señalar que Verniory ganaba 300 pesos como
uingeniero. Por tanto creemos, que aquello esconde sin duda explotación y
pobreza para el obrero que tal ves sin conciencia de clase, se conformará con
un techo, porotos y un salario que sólo durará uno o dos días entre excesivo
consumo de alcohol cuando se precipitan al despacho (especie de almacén
provisorio) que les entrega tantas garrafas de vino y botellas de agua ardiente
como puedan pagar; y entre violencia, producto de la ebriedad, que genera
riñas, en donde además el uso de cuchillos no se hace esperar. Como señala
Verniory “no hay pago sin algunos muerto y numerosos heridos” . ¿Son estos
ejemplos elementos de progreso, los cuales civilizarían al bárbaro indígena
como lo concebía Federico Errazuriz al impulsar al igual que Balmaceda la
construcción del ferrocarril al sur? . Nada mas lejos de lo que idealizaban
estos presidentes que tal ves no se daban cuenta que el crecimiento o progreso
de los países desarrollados de ese momento era la evolución particular de
pueblos con niveles de igualdad social mayores que los nuestros en que aun se
concebía al indígena como un bárbaro y al peón mestizo no muy lejos de aquello.
Ya lo
señalaba el estadounidense Enrique Meiggs al referirse a los artesanos y peones
chilenos que él los trataba como hombres y no como perro. Aquí – señala Meiggs
– “un rico trabajador o un artesano laborioso no son admitidos, son mal mirados
en nuestras grandes casa sólo por que son trabajadores” (16). En su país, señala, es la
inteligencia y la actividad la que impulsan al éxito y no el traje. Cierto o
no, el hecho es que en todas las apologías que se hacen del trabajador chileno
en la construcción del ferrocarril no vemos que la mayor o menor inteligencia o
actividad del este tengan relevancia al momento de cancelarle el salario que
generalmente era quincenal. Por tanto, una vez mas, el progreso no solo se
podía alcanzar con la construcción de los ferrocarriles y su estampa en Chile y
la Araucanía específicamente, sino que se requería, quizá, un cambio social
profundo, que no estamos tan seguros de que en el posterior siglo XX se halla
alcanzado.
A
pesar de que antes de la llegada del
ferrocarril a la Araucanía existía bandolerismo y violencia en un contexto de
vida precaria en el cual solo los espíritus aventureros y amantes de la
libertad como Verniory podían soportar, el ferrocarril también genero focos de
violencia que distaban de la imagen idealizada del progreso que este traería.
Sino cómo explicara aquel noviembre de 1892 cuando un conocido de Verniory Mac
Lennan, es casi muerto por una banda de ladrones que pretendían asaltar y robar
el dinero de los salarios en el campamento donde trabajaban; ocasión en la cual
uno de los bandidos muere atravesado por una bala y además es rematado con una
cuchillada en pleno corazón por un propio compañero de asalto para que el
herido no los delatara; o cómo explicar que cada día de pago la policía debía
acudir a obreros “más temperantes” para ayudar a mantener el orden y evitar los
actos de violencia.
Ya dijimos
que los salarios de los carrilanos o trabajadores del ferrocarril no eran altos
y que por tanto, rendían muy poco, lo que desmiente aquella característica
económica poco previsora que se le adjudica al obrero. Si hubiera ganado lo
suficiente o lo justo tal ves habría pensado en el futuro; en condiciones
contrarias, difícilmente.
Quizás en
ello esta la ira que caracteriza al carrilano cuando sus salarios se atrasan
como aquella ocasión en marzo de 1893 cuando el pago se atraso para el día
siguiente, al recibir las explicaciones de Verniory y al marcharse este en su
carro, se levantaron clamores detrás de el y una granizada de piedras voló a su
alrededor. En otra ocasión, esto es 1897, el peligro de saqueo en Temuco se
transformo en temor colectivo cuando el banco nacional de Temuco realizo mal
sus cálculos y los salarios se atrasaron por dos días. Mas de 1500 hombres se
aprestaban a marchar para Temuco. La situación es calmada por el ingeniero
Verniory al ofrecerle como “calmante” trenes a su disposición para que sean
trasladado aquel día domingo al campamento donde les esperaba doble ración de porotos
de ají y de pan.
Acaso esta
situación no demuestra la precaria situación salarial del obrero ferroviario y
su conformismo con un plato de porotos que a falta de un salario justo adquiere
un gran valor para suplir la necesidad del hambre. ¿ Aquello era a lo que se
refería Balmaceda cuando luchaba por un progreso el cual beneficiaria a todos
los conciudadanos?.
Aunque todo
lo que hemos dicho requiere más estudio no abandonamos la idea de que todo ello
es parte de los elementos que ocultaba aquella sombra del ferrocarril que no es
precisamente su lado amable, sino aquel que no muestra su cara la sol del
progreso ni siente afección por la razón positivista del diecinueve a la que
tanto adhería Balmaceda.
En
conclusión, de todo lo que hemos dicho
no cabe duda que el ferrocarril
era concebido como un elemento clave para alcanzar el progreso y ocupar la
Araucanía definitivamente. Esto se evidencia en planteamiento de Federico
Errazuriz como en los discursos de Balmaceda. Sin embargo, vemos que el
ferrocarril se introduce en Chile a
partir de 1851 y desde entonces hasta
fines del siglo XIX el progreso que beneficiaría a todos los conciudadanos aun
esperaba. Lo que si genera el ferrocarril es un cambio en el paisaje y en los
espacios vírgenes, como también la transformación de las relaciones sociales de
producción con la salarización monetaria de grandes masas peónales e
indígenas en la Araucanía.
La
violencia, los bajos salarios, el conformismo por un plato de porotos y un
trozo de pan, la ira por el atraso del salario quincenal, será rasgos de
penetración del ferrocarril en la Araucanía donde todo se imponía rápidamente,
como en un afán de ponerse al día con el resto del país.
El rostro
amable del tren, ese que muestra su ante el sol del progreso nos habla de
avance económico y articulación de la Araucanía
a los mercados mundiales; no habla de civilizar definitivamente al
bárbaro y también nos habla del beneficio colectivo de esta gran empresa. Por el
contrario la sombra del ferrocarril oculta aquellos elementos que hacen triste
y lamentable, y por nada del mundo publicitable, la vida del carrilano o
trabajador del ferrocarril en su parte más concreta y vital, aquella que se
aleja del prestigio de esforzado y buen trabajador que muchos extranjeros,
entre ellos Verniory le adjudican y que además nosotros confirmamos. Aquella
parte que, al parecer, el progreso nacional no contemplo o que más bien
ignoro.
* Profesor de Estado
Historia Geografía y Ed. Cívica y Licenciado en
Educación de la Universidad de
la Frontera. Desde el 2004 al 2009 profesor del
Instituto Eurochileno de Turismo de la Universidad de la Frontera.
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