“La Lejana Sociedad de los Sueños”.
Reflexiones en la Incertidumbre
Pablo
A. Oporto A.
Profesor
de. H. G. y Ed. Cívica
Ufro
“Nada de lo que
somos testigos hoy se parece a nuestros antiguos
Sueños del futuro”
Introducción
Desde el presente no es fácil mirar hacia atrás y creer que hace casi
cuarenta años una gran parte de la sociedad chilena confiaba en alternativas de
sociedad que – aunque tenían sus orígenes en desarrollos históricos distintos
al nuestro – formaron parte de su presente y de sus sueños sobre el futuro, que
aquí hemos traducido como los sueños de una sociedad que se agrupó, se
organizó, enarbolo emblemas o símbolos que la identificaban como la heroica y
fresca sociedad que traería la autodeterminación y un endógeno proyecto
económico, social, cultural, el cual lo menos que tendría sería de
incertidumbre. Sensación que se evidencia y que rodea el contexto histórico del
autor de estas líneas: contexto histórico actual, ausente de sueños colectivos
y utopías redentoras y emancipadoras de origen profano.
El capitalismo secularizante más extremo montado en un
neoliberalismo el cual en Chile está terminando de difuminar las últimas ideas
de “revolución” desde abajo para apropiarse del concepto y eternizarlo como
aquella “revolución silenciosa” llevada a cabo por el Régimen Militar y que en
estos momentos es administrada por quienes en un momento la impugnaron. (1)
¿De qué sociedad Chilena anclada en el pasado hablamos? ¿Cuáles eran
algunos ritos de su convivencia colectiva? ¿Qué acciones y nociones de su
presente eran válidas para el cumplimiento de sus sueños? ¿Cuáles eran sus
inspiraciones?. Por el contrario, ¿Cuál es el tipo de sociedad chilena que
deambula por nuestras calles hoy? ¿Qué ha sucedido con las motivaciones,
inspiraciones y acciones de la sociedad chilena después de treinta años? ¿Cuan
profunda fue, en un ámbito social, la obra refundacional nacional propiciada
por el Régimen Militar?. Estas y otras preguntas intentaremos responder en este
artículo, el cual tiene el objetivo de esbozar los cambios de algunas conductas
sociales colectivas de los últimos años, en relación a otras conductas del
mismo tipo que cristalizaron en los primeros años de la década del setenta en
el siglo XX, después de un largo periodo de maduración y que fueron
abruptamente alteradas y transformadas por los cambios políticos, económicos y
culturales que vivió Chile a partir del golpe de estado del martes 11 de
septiembre de 1973.
“La
sociedad de los sueños”. Un transito de quince años
Cuando hablamos de una sociedad de
los sueños lo hacemos aludiendo a un gran numero de chilenos que adhirieron a
proyectos de transformación social global entre el cincuenta y ocho y el
setenta y tres y, entre estos, el proyecto socialista representado por la
figura de Salvador Allende G. quien llega a la presidencia de la república en
1970. Sin embargo, desde antes de esos acontecimientos el clima social que se
vivía en Chile era característicamente y colectivamente participativo, sobre
todo después de la elevada votación obtenida por Allende en su segundo intento por llegar a la moneada en la elecciones presidenciales de
septiembre de 1958.
A partir de entonces, el movimiento
obrero comenzó a recuperarse; la misma alta votación reflejaba el proceso de
politización creciente de las masas obreras y campesinas que, enteradas además,
del triunfo de la revolución cubana, en 1959, ven reanimadas sus expectativas
políticas y sindicales (2), ante lo cual las calles serán, en los sucesivos
años, testigo de multitudinarias marchas
y protestas del movimiento sindical reivindicativo, lo que al mismo
tiempo era un reflejo de la rebeldía justificada de quienes hasta ese momento
no participaban equitativamente de las riquezas de un modelo económico (ISI)
que ya se comenzaba a cuestionar. Si a ello sumamos la posibilidad real de
obtener el poder a través de los partidos políticos que se identificaban con
sus demandas, el clima propicio para salir a las calles o articularse a alguna
forma de participación política proclive a alguno de estos partidos o, en el
caso contrario, sumarse a la oposición a estos, era una cuestión altamente
factible y hasta necesaria.
Progresivamente el carácter reformista y
revolucionario que marcó el clima social y cultural a partir del sesenta empujó
a la sociedad a la empresa de transformación global de esta. En este sentido,
la hegemonía de los partidos políticos, desde las primeras décadas del siglo
XX, en su rol canalizador de las demandas de la sociedad civil se orientaba,
ahora, a acoger ideologías fuertes y cerradas. En efecto, el centro
representado por la
Democracia Cristiana acogió el Socialcristianismo y la
“Revolución en Libertad”; la izquierda, por su parte, adhirió al marxismo y la
“Vía Chilena al Socialismo”, proyecto que cristalizó en la Unidad Popular (3)
que alcanzaría el poder en 1970 y lo mantendría hasta el 11 de septiembre de
1973.
La derecha, por su parte, unificó
sus viejos partidos históricos en el nuevo Partido Nacional donde la tradición
liberal se diluye y toma fuerza una
“política de restauración autoritaria de la hegemonía de las principales clases
burguesas”(4). Sin duda que estos proyectos eran el reflejo de los sueños de
una sociedad que creía fielmente en las acciones concretas para alcanzarlos.
Sin embargo, la derecha (política y económica) no representaba estos sueños,
mas bien representaba la noche que los cubría en su afán histórico de dominar
todos los campos de la sociedad, sea cual sea el sueño o anhelos de los que no
se identifican con ella.
En este contexto podemos advertir
que las razones para que la sociedad se movilice en torno a sus demandas
abundaban y aquella generación que fue testigo de estos hechos lo comprendía
así hasta el martes 11 de 1973, día en que todos los sueños de una generación
rebelde “con causa” fueron truncados.
La década del sesenta como vemos esta
llena de todos esos procesos emergentes tendientes a la transformación global
de la sociedad – progresiva o radicalmente- y que tendrá sus mayores conquistas
en los excluidos (campesinos, obreros, urbano – marginales, mujeres, etc) y en
una juventud de clase media y culta que “inician su emancipación y reelaboran
sus comportamientos a la luz de una nueva ética de valores juveniles” (5).
No hay duda de que la experiencia
cubana (1959) fue un hecho inspirador
para una generación completa que soñaba con la transformación social
definitiva, en especial para una juventud que ocupaba cada vez mayores espacios
bajo la real convicción de que las transformaciones históricas estaban
determinadas por ellos. Si no es así – permítannos un ejemplo externo a Chile –
como entender entonces el movimiento revolucionario estudiantil de París en
mayo de 1968 que también agrupo a juventudes obreras y que repercutió
posteriormente en estudiantes y obreros de la misma condición en Polonia, las
antiguas Checoeslovaquia y Yugoeslavia, Alemania, entre otros países de Europa
(6); como entender entonces la intensa actividad política y la contingencia a
la orden del día que se vivía en las universidades chilenas a partir de la
década del sesenta y que se acrecienta hacia finales de esta con el claro
ejemplo de la noche en que Allende, después de su triunfo electoral en 1970,
“habló ante miles de jóvenes congregados bajo el balcón del FECH en el marco de
una celebración multitudinaria”(7). Vemos, de esta forma, un espectro de grupos
sociales en busca de sueños y deseos de cambiar y rechazar lo que no sienten
como propio y justo o menos como herencia de su generación en el caso de las
juventudes movilizadas.
Durante los tres primeros años de la
década del setenta – dos y algo más para ser un poco más precisos – chile vivió
cambios de alcance social que eran concretables sólo en décadas. Según J. J.
Brunner, en estos años se experimenta “el avance de un sentido de igualdad en
las relaciones sociales, la conquista de los espacios públicos por las masas,
el intento de reorganizar la economía al servicio de las mayorías y de
ensanchar la participación de ellas en todos los planos de la vida colectiva”
(8), como si parte de los sueños se hubieran cumplido o cristalizado en estos cortos
años para las múltiples organizaciones civiles, para las mujeres que asumen
roles mas activos, para los jóvenes de espíritu progresista dueños de ese
“optimismo histórico” que recorre la nación, en fin para “la sociedad de los
sueños” según nuestra presunción.
Ahora, mas allá de las tomas de
fundo e industrias no planificadas y de iniciativa popular que fueron una
expresión “catártica” (9) de los sueños alcanzados, también fueron la expresión
de la lógica que hemos retratado en las líneas anteriores: el pueblo particular
y concreto (entiéndase mujeres, jóvenes, obreros, urbano – marginados, entre
otros) se vivía así mismo como real protagonista de los procesos de
transformación global de la sociedad, es decir, como un “sujeto de la historia”
en el sentido del control que tenía y percibía de las transformaciones que
estaban desarrollándose.
El mismo cuatro de septiembre de 1970, por la
noche, la masa que ocupaba la
Alameda no era amorfa ni era la expresión de “individuos
dispersos”, sino que era una “comunidad que expresaba su alegría”, expresión
que no tenía sólo el carácter de una celebración; “también era el primer
movimiento de una batalla: movilizarse
era una acto de alegría pero también una demostración de fuerza” (10), lo que
refleja el nivel de participación, acción y compromiso con la realización de
sueños largamente anhelados que la sociedad de estos años tenía.
La expresión de los sueños en estos
cortos años se reflejó, según T. Moulian (1988), en el desplazamiento del “yo”,
como conciencia de individualidad, por el “nosotros” en la acción colectiva:
por medio de la militancia a las organizaciones políticas o sociales; por medio
de la adhesión a marchas y manifestaciones, “expresión de energías vitales de
protesta y rebeldía”; por medio del involucramiento permanente por lo público y
menos de lo privado. Las acciones colectivas eran llevadas a cabo por grupos
antes, incluso hoy, inimaginables: transportistas, comerciantes, amas de casa
(11). “Chile fue entre 1970 y 1973, una sociedad movilizada, dinámica, en la
cual muchos individuos se vivían como actores de los procesos históricos (...),
se tuvo la conciencia de ser sujetos” (12); en otros termino se tuvo la
conciencia de ser una pieza clave de los procesos con el beneficio directo y
justo del éxito de este y no el objeto que sólo consume y se manipula en
beneficio del mercado, del mal entendido “bien común” o del progreso
“nacional”.
En definitiva, pensamos que desde
los últimos años de la década del cincuenta en adelante Chile será testigo de
involucramientos colectivos en proyectos de transformación social global -
paradigmas de un periodo- donde se tenía conciencia del futuro si el éxito
acompañaba a los proyecto, para lo cual la sociedad se movilizó, asumió
acciones concretas, se comprometió y se asumió en el “nosotros”; mujeres,
campesinos, obreros, jóvenes, en fin, los excluidos percibieron la real
posibilidad de alcanzar sus sueños; sueños que tienen su corolario en los tres
primeros años del setenta hasta el “golpe”, momento en que la sociedad de los
sueños es atropellada, atormentada y empujada al precipicio de sus temores,
desde donde sólo muestra señales en quienes con nostalgia nos señalan a ratos
que “hubo una vez”...
Reflexiones en la incertidumbre
A partir de lasa reflexiones anteriores tenemos la presunción de que
vivimos – a casi cuarenta años después de la sociedad de los sueños- en el
antónimo de aquel momento en que los símbolos, emblemas y compromisos
colectivos estaban a la orden del día.
Después del setenta y tres surge en los “vencedores” la idea de de
refundación nacional, especie de tabla raza en que se reorientaría a la
población “en cuanto a sus lealtades políticas, sus valores colectivos, su
memoria histórica, sus formas de convivencia y de imaginación del futuro” (13);
en el fondo se echarían por tierra – al igual que el respeto a los derechos
humanos- los sueños de una sociedad que anhelaba reconstruir y vivir un país
bajo sus legítimas y particulares formas de justicia, entendida esta en todas
sus formas.
En retrospectiva, y sentados en la
incertidumbre, el alcance de esta refundación es trágica, por el derrumbe que
hizo de los logros alcanzado en los años anteriores al golpe, y contradictoria
por la inversión de valores sociales, mencionados en el párrafo anterior, que
se empeño en alcanzar. Sin duda que las sociedades, a través de periodos más o
menos largos, avanzan y con ese avance también
se modifican conductas, percepciones, la forma de ver y vivir el mundo. Sin
embargo, el Chile de hoy, a casi cuarenta años del golpe, no tiene relación y
representa, para nosotros, el antónimo de la sociedad de los sueños descrita en
la primera parte de este ensayo, con todas las contradicciones que emanan al
colocarlas frente a frente buscando vínculos que, talvez, son hilos demasiado
delgados y que aun así impiden reconocernos en el pasado desde un presente que,
mirando hacia atrás, nos parece hasta ajeno, con el temor y la incertidumbre
que provoca, considerando que el piso que nos muestran como proyecto de sociedad
( proyecto de secularización capitalista neoliberal y globalizante) hacia el
futuro, es tan incierto como el germen de su pragmatismo originario.
Siguiendo las ideas planteadas en la
primera parte de este ensayo advertiremos las contradicciones patéticas entre
lo que hemos denominado la “sociedad de los sueños” y “la sociedad de la
incertidumbre”, que en dominio de todos nuestros sentidos percibimos hoy.
Si recordamos la fuerza que toman
los movimientos sindicales reivindicativos partir de fines de la década del
cincuenta con gran parte de los obreros afiliados a sus sindicatos y
participando en alguna forma de acción reivindicativa, la situación actual nos
parece un cuento inventado por alguien, ya que los datos nos muestran que de
sobre una fuerza de trabajo de mas de cinco millones de trabajadores al
finalizar la década de los noventa, sólo en 1993, por ejemplo, la fuerza
laboral sindicalizada era de 13,7% y disminuyendo progresivamente (14). En este
sentido, la falta de grandes metas, la precaria legislación laboral, la
desconfianza en los individuos, herencia del régimen militar; la desconfianza
en los lideres sindicales ligados generalmente a partidos políticos
desprestigiados y deslegitimados por mas de quince años (durante el régimen
militar) coincidentemente con el fracaso de sus proyectos de sociedad a nivel
mundial (caída de los socialismos reales a partir de 1989); entre otras causa,
explican, a nuestro parecer, esta desmotivación directa hacia la
sindicalización, o en otras palabras, a la no participación en proyectos
colectivo- sindicales. Cabe mencionar también causas originadas por los propios
tiempos que vivimos marcados por la apología a la individualidad (el éxito sólo
es el producto de un esfuerzo mas personal que colectivo) producto de un
neoliberalismo que entre sus principios “el individuo es el actor fundamental
del sistema social. No son los grupos, las clases sociales o las instituciones.
Tampoco lo es el Estado – Nación” (15). Nada mas confirmatorio que esto si
además consideramos que el modelo económico chileno impuesto por el régimen
militar (el modelo neoliberal) es uno de los más “perfectos” del mundo. ¿Es
posible volver a enarbolar banderas y emblemas de la lucha reivindicativa
delante de millares de obreros mujeres,
jóvenes, excluidos de todo tipo, que no sólo son individuos dispersos, sino una
masa compacta con lenguaje, pensamiento y sueños de futuro común? No lo se.
Los proyectos globales de
transformación global de la sociedad de los sesenta y setenta sólo muestran destellos;
hoy quedan sus representantes en un rincón de algún lugar, ya que sus
“metarrelatos” de potencia unificadora, legitimadora y de emancipación (herencia
de la modernidad) se han convertido en “minirrelatos” (16) sin grandes
principios y “que constituyen juegos provisorios y susceptibles de lenguaje”
(17). Los “metarrelatos” se justifican solo por la base que tenían en una masa
colectiva y en la convicción de esta en esos grandes principios emancipadores o
liberadores. No se podía pensar sólo que la revolución socialista era viable en
la medida que la cultura crítica- ilustrada lo viera como una necesidad
histórica (18). Eso es correcto si observáramos que la masa colectiva desechó
el proyecto socialista para refugiarse en la religiosidad, el hedonismo, el
esoterismo, el comunitarismo popular (19). Todos refugios sin grandes
principios y sin grandes masas dispuestas a soñar con un futuro diametralmente
opuesto al que los tiene vacíos de
ideas, de metas a largo plazo en el que sólo se vive el día a día.
La lógica del individualismo y de lo
privado por extensión mas el supuesto que “todos los caminos llegan a Roma” se
hace patente en el contexto anterior si tomamos a Roma como el paradigma de la
sociedad actual (globalización) y a los caminos como los múltiples movimientos
sociales – distintos a los tradicionales partidos políticos – que sin un laso
común entre ellos – solo la crítica al hegemónico paradigma – inhiben la fuerza
para crear un sueño colectivo y mas bien toman la forma de atomizaciones siguiendo
el modelo de diversidad social y cultural del cual la globalización y sus
defensores hacen apología.
En esta línea es que también los
partidos políticos, otrora grandes canalizadores de las demandas civiles y/o
populares hacia el Estado, además de receptores y motor, al mismo tiempo, de
los flujos de participación colectiva, hoy pierden relevancia y referente
frente a los nuevos tipos de movimientos. Un ejemplo concreto sobre esto es que
en el segundo Foro Social Mundial de Porto Alegre en el 2003 que tuvo el
carácter de alternativo donde se reunieron diversos tipos de organizaciones e
intelectuales críticos del sistema de globalización, ningún partido político
tradicional fue acreditado al foro; dato que refuerza la crisis de los partidos
tradicionales en una sociedad que ya no les cree o imbuida en la lógica del
modelo paradigmático actual ha buscado atrás salidas a su, siempre inherente,
fuerza liberadora, ahora reducida sólo al individuo o a los nuevos movimientos
sociales – que suman y siguen- y menos a los antiguos portadores de la
emancipación popular, los partidos políticos.
Los nuevos movimientos sociales (o
grupos de base, u organizaciones populares) al tiempo que son de múltiple
carácter, también privilegian “lógicas mas autónomas de dinámica social y
formas menos instrumentales de práctica política; y la revaloración de la
democracia en un sentido ancho y profundo” (20). Aunque la valoración de la
democracia es algo positivo y que por lo demás debe ser inherente a todo
movimiento social que se tache de tal, en la lógica de los nuevos movimientos
los vínculos entre sus integrantes tienden a ser tenues desde el punto de vista
que los valores sociales – negativos a
la hora de crear lasos colectivos fuertes- de estos tiempos como el
individualismo, la diversidad, la autonomía, el descompromiso se introducen en
estos movimientos generando facciones, grupos de apoyo mas que de acción,
colectivos, nuevas organizaciones, etc generando un panorama hostil en vista a
la construcción de un sueño de emancipación y redención con arraigo en una
sociedad con sueños reivindicativos comunes, rasgo que era el mas notorio de
nuestra “sociedad de los sueños”.
De los que hemos dicho
anteriormente, surge entonces la instancia por saber o conocer las motivaciones
por las cuales la actual “sociedad de la incertidumbre” se moviliza y – talvez
– enarbola emblemas y valores colectivos. La respuesta la podemos encontrar en
las reacciones contra el paradigma secularizante capitalista (la Globalización) el
cual genera aprensiones a un nivel identitario, pero estas reacciones no tienen
lasos que las unan en un gran proyecto de transformación social que las una;
estas reacciones son defensivas y fundamentalistas a modo de “atrincheramiento
antisecular” bajo la perspectiva de culturas cerradas (21) en que los lasos
identitarios frente al bombardeo de códigos culturales foráneos se fortalecen
provocando “choques entre identidades culturales atrincheradas” (22). Estos
atrincheramientos no pretenden tener una actitud ofensiva hacia el paradigma
dominante, sino mas bien defensiva, es decir, protegiéndose de elementos
contradictorios con la tradición de estos grupos culturalmente atrincherados.
El Opus Dei y su oposición a la
liberalidad de costumbres que provoca el paradigma dominante; los movimientos
violentos de izquierda; el fundamentalismo indígena (23), son ejemplos de los
móviles que actualmente atraen a grupos sociales importantes de una sociedad
diversa como la nuestra. La atomización de los movimientos sociales queda en
evidencia y las probabilidades de unir fuerzas en proyectos comunes son cada
vez menores. “Dividir para reinar” se decía en el pasado explícitamente;
realidad patente en nuestros días en que integrados y excluidos se alejan con
enormidad y entre los propios excluidos la atomización de sus demandas y
movimientos reivindicativos tienden a hacerle el juego al paradigma dominante,
ya que al atomizarse pierden fuerza frente a una paradigma que se expande bajo
los únicos límites de sus capacidades.
En este escenario lo jóvenes no se sienten atraídos por causas
comunes o por sueños de transformación social, mas bien se muestran apáticos,
desilusionados sin fermento revolucionario, ya que este no se encuentra
instalado “en el centro de los afanes humanos” (24) y las generaciones post-
revolucionarias perciben que el fervor de sus antecesores en los proyectos
revolucionarios es “una evidente aberración de la perspectiva sentimental”
(25). A lo mucho, según Hopenhayn, los jóvenes podrían tomar opciones entre la
tradición de los fundamentalismos o la liberalidad hedonista del paradigma
globalizador. Pero esta visión de Hopenhayn está por verse y lo que hoy cuenta
y se constata es aquella idea de que los jóvenes “han abandonado la lucha
política y sus reivindicaciones, y las han reemplazado por el acceso mas amplio
al consumo”(26) a través del medio mas clásico por estos tiempos, la tarjeta de
crédito o en el peor de los casos formas menos lícitas. Sin embargo, y sea como
sea, a treinta años de la “sociedad de los sueños” las razones y las
inspiraciones para generar los proyectos de transformación social están
dispersos y ausentes de las masas, en una masa también aturdida por el consumo,
las formas (mas que el fondo) la eficiencia ineficiente (excesivas horas de
trabajo y baja productividad de los chilenos), el éxito personal mas que
colectivo, etc. En este sentido FLACSO ratifica esta cuestión al dar cuenta, en
un trabajo estadístico, que la sociedad
chilena es cada vez mas egoísta, individualista, menos respetuosa de los demás,
menos sana moralmente y, lo que es aun peor, mas agresiva (27). Ahora, si la
“refundación” social del Régimen Militar consistía en lograr estos valores
negativos en la sociedad chilena pueden estar satisfechos, pero quienes
conocieron hace un poco más de treinta años la sociedad de los sueños
colectivos no pueden estarlo y mas aun cuando estos últimos saben que los
excluidos nunca han logrado reivindicaciones individualmente y que en las
circunstancias actuales la posibilidad de unir fuerzas colectivas es cada vez
menor.
En la incertidumbre los excluidos están solos, sin la esperanza ni
el sueño de revolución que hace treinta años enamoraba y conquistaba su
espíritu de proletario, campesino, urbano – marginal, de mujer exigiendo
igualdad de oportunidades, entre otros espíritus en busca de un reino, el de
los pobres y los excluidos. En momentos en que las desigualdades sociales se
agudizan y siendo Chile uno de los países con peor distribución de la riqueza
en el continente, la situación de los excluidos, sin sueño revolucionario, es
como el paraguas ausente en el día mas lluvioso del invierno. Los excluidos hoy
solo conquistan imágenes televisivas de los integrados a estos tiempos, o las
imágenes de un lindo barrio y un gran Mall que divisan desde la ventanilla de
un micro. Talvez por ello es que los excluidos ya no buscan su redención y
emancipación en la tierra a través de metarrelatos seculares - posiblemente
están cansados, decepcionados, desesperanzados-, sino que los buscan en el
cielo a través de la proliferación de religiones y/o proyectos celestiales.
Talvez algunos ni siquiera han escogido esta salida, sino que se han sentado
frente a un televisor esperando algún contenido que satisfaga sensaciones
temporales (estelares nocturnos, reality
show, repetidos goles y comentarios de fútbol, teleseries, etc) resignados
a que la solución a sus problemas – que son los de muchos- no pasan por sus
manos; en este escenario el ser objeto desplaza al valor de ser sujeto.
Esto último nos lleva a pensar sobre lo prescindible que somos hoy
como sujetos de la historia o siendo protagonistas y constructores de esta.
Claramente la sensación es que la historia y el mundo “parece completándose
siempre desde otros, y descompletándose para nosotros mismos” (28). En efecto,
las fuerzas del impacto tecnológico, del mercado, de la transnacionalización de
la cultura, nos hacen sentirnos tan pequeños y ajenos a su control que
cualquiera acción tendiente a lo contrario se asemejaría a acciones
“cinematográficas” (29). En esta perspectiva, de ser sujeto de la historia nos
hemos transformado en objetos de esta;
de ser constructores de sueños hoy no nos dejan dormir para construirlos (hoy
se hace apología a la productividad y eficiencia individual con la permanente
exposición a entretenciones hedonistas). En la incertidumbre, ser sujeto “es
historia”; en la incertidumbre ser historia es ser objeto avaluado, tranzable y
consumidor obsesivo en función de necesidades que construye un mercado
“regulador” y sus fuerzas – supuestamente -
invisibles, pero que en definitiva han tomado el control de las acciones
a lo que algunos no les queda mas que decir “así es la cosa, que le vamos a hacer”, cuando en esa frase esconden
y legitiman las fuerzas que están
construyendo la historia por ellos, excluyéndose, además, del protagonismo que
antes significaba ser constructor de los procesos históricos en una “sociedad
de los sueños” que frente a la actual esta última nos parece irreconocible:
experimento “refundacional” fáustico, “Made
in Chile”, que en la incertidumbre sufre de insomnio y/o ausencia de sueños
redentores que la sociedad de los sueños tenía en abundancia.
Conclusión
Desde la sociedad chilena actual, a
casi cuarenta años del golpe militar y del derrumbe de una sociedad que
abrigaba sueños colectivos, el diagnóstico es una diametral oposición entre las
dos sociedades aquí brevemente descritas, donde el proyecto “refundacional” del
Régimen Militar marca el hito de las transformaciones sociales el cual en sus
logros “macroeconómicos” inauguró
valores contradictorios con la sociedad chilena vivida por nuestros padres,
algunos, testigos jóvenes del periodo Pre – Régimen Militar. La lucha colectiva
por el reconocimiento fue reemplazada por el reconocimiento atomizado e
individual a través del consumo. La posesión de objetos, en lo posible
aceptados socialmente, sustituyó los logros colectivos y a la vez la lucha
colectiva (30). Con violencia, represión y desconfianzas entre los ciudadanos
la participación colectiva en diversas formas de reivindicación se tornó tenue
e incluso peligrosa; la vida estaba en juego y esos lo sabían y manejaba la
cúpula del Régimen Militar y sus asesores quienes sin mayores oposiciones
sentaron las bases de un tipo de sociedad actual sin sueños de revolución y
perfilada en y hacia una incertidumbre ante la cual un “mercado regulador” no
es precisamente el mejor “guía espiritual”, aunque talvez nunca pretendió
serlo, y por tanto, se requiere refundar bajo nuevas premisas los valores
colectivos de una pasada, pero destellante
“sociedad de los sueños”.