martes, 21 de mayo de 2013

Crisis hidrica en Chile



Sociedad y medio ambiente; una perspectiva de la crisis hídrica en Chile 


El presente articulo originalmnete estaba acotado a la problematica del agua en la Region de Atacama, pero se decidio ampliarlo a la realidad nacional, epecificamente a la comprensión del impacto que ha generado la normativa actual de derechos de agua en Chile. Por tanto el artículo no está completo, ya que sólo se extrajeron los párrafos que cumplieran con el objetivo del editor de este blog. Se cita la fuente al final del artículo para quien quiera leerlo completo y en su contexto original. 
 
El agua es un elemento de vital importancia para la vida no solo humana, sino también para la de todo organismo viviente en la tierra. Es un recurso natural, único, finito e indispensable para todo organismo y para gran parte de las actividades económicas y productivas del hombre, por lo mismo, resulta de vital importancia hacer un uso responsable para así lograr un uso sustentable, no agotando un recurso indispensable para la sobrevivencia de la sociedad global.
A pesar de la aparente abundancia del agua reflejada en los datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), para un uso humano directo sólo se puede tener acceso aproximadamente al 0,007% del total de los recursos hídricos de la Tierra.
Además todo esto se torna aún más grave debido a que la demanda mundial de agua se incrementó 6 ó 7 veces en el último decenio, lo que equivale a más del doble de la tasa de crecimiento demográfico (Unesco, 2002).
Sin embargo a diferencia de lo que comúnmente se cree, Chile es un país bastante privilegiado en torno al recurso hídrico, sin ir más lejos posee las mayores reservas hídricas en Campos de Hielo Sur, en la Zona Austral, aunque el problema de Chile respecto a lo mismo más bien está relacionado con la desigual distribución de éste mismo, desigualdad que tiene que ver con la diferencia en la escorrentía media total. La escorrentía media se refiere a las aguas que provienen de precipitaciones, la cual sirven para llenar pozos subterráneos así como para aguas superficiales (ríos, lagos, etc.). Las escorrentía media total en Chile equivale a una media de 53.000m³/persona/año (World Bank, 2010), valor bastante más alto que la media mundial (6.600m³/persona/año) y muy superior al valor de 2.000m³/persona/año, considerado internacionalmente como umbral para el desarrollo sostenible. Aunque al realizar un análisis región por región el panorama cambia radicalmente; mientras al sur de Santiago la media de disponibilidad de agua supera los 10.000m³/persona/año, de Santiago hacia el norte prevalecen las condiciones áridas, en donde la media de disponibilidad de agua está por debajo de los 800m³/persona/año, lo cual claramente está muy lejos del valor estimado por el Banco Mundial respecto al umbral para el desarrollo sostenible, lo cual pone a la región de Atacama en un problema critico respecto a la sustentabilidad del recurso.

El desarrollo sustentable es comúnmente entendido como aquel desarrollo que busca satisfacer las necesidades de las generaciones presentes sin comprometer las posibilidades de las del futuro para atender a sus propias necesidades. En este sentido el desarrollo sustentable surge de la necesidad de hacer converger o confluir tres esferas o dimensiones diferentes: lo económico, lo social y lo ambiental. Estas tres esferas o actividades no tienen indicadores comunes de medición. Por el contrario, muchas veces se contraponen abiertamente.

Quizás las crisis medioambientales plantean las creciente insostenibilidad en la relación sociedad moderna y medioambiente, lo cual de alguna manera cuestiona al papel que ha jugado la ciencia en la sociedad, pues, el medioambiente es en gran medida dominio de la ciencia. Esta última sitúa su objeto de estudio en la naturaleza y, mediante los avances tecnológicos va permitiendo la adaptación de las sociedades a su medioambiente, recordemos que la naturaleza por definición es caótica.
Historia de la gestión de los recursos hídricos
La primera Ley de Aguas de Chile se promulgó en el año 1908. Posteriormente, en 1951 se publica el Código de Aguas, el cual al igual que el código actual, establecía el agua como un bien público, pero que su uso requería tener derechos de agua que se trataban como propiedad privada, de ahí mismo la dualidad existente entre el carácter de bien público y bien económico a la vez.
Los derechos de agua, por aquellos años, se trataban igual que un bien inmueble, es decir, debían ser registrados por los Conservadores de Bienes Raíces, los cuales también debían registrar todo cambio en su posesión.
Sin embargo el Código de Aguas de 1951 guarda diferencias sustantivas con el actual código (1981) referente a dos aspectos: primero, daba al Gobierno un fuerte poder regulatorio; y, segundo, imponía condiciones importantes en los derechos de agua:
(i) La Dirección General de Aguas podía cancelarlos si no se habían utilizado en 5 años;
(ii) Solicitantes de nuevos derechos tenían que especificar el uso al que se le iba a dar a esa agua;
(iii) Se otorgaban derechos provisionales que se tornaban definitivos una vez que el agua era realmente utilizada;
(iv) Si había solicitudes que competían por la misma agua, la Dirección General de Aguas tenía una lista de usos prioritarios;
(v) Los usuarios no podían cambiar los usos específicos para los que se les habían concedido los derechos; en su lugar debían devolver su derecho al Gobierno y pedir un nuevo derecho para el nuevo uso; y
(vi) Los Derechos de Agua estaban legalmente unidos a la posesión de la tierra, impidiendo el desarrollo de mercados de agua independientes.
La segunda Ley de Aguas de Chile entra en vigencia el año 1967. Esta aumentaba en gran manera el control del Gobierno, pues, estaba diseñado para apoyar la Reforma Agraria, facilitar la distribución de tierras e incrementar el uso eficiente del agua, así, los Derechos de Agua perdieron su estatus legal como propiedad privada y volvieron a ser concesiones administrativas, regidas por leyes administrativas y no civiles, los cuales ya no estaban registrados como títulos inmobiliarios, lo cual causó gran confusión e incertidumbre en torno a los Derechos de Agua a fines de los años 70.
Posteriormente, en el año 1973 se introdujeron políticas económicas neoliberales, los cuales apoyaban y promovían con firmeza los derechos de propiedad privada y libre mercado. Con esto se puso fin a la Reforma Agraria y a la expropiación de tierras.
Se confirmó y fortaleció los títulos de propiedad de las tierras expropiadas, se fomentó el mercado de tierras agrícolas y se vendió o se distribuyó gran parte de la tierra estatal a particulares y pequeños agricultores.
No obstante, Chile continuó teniendo un Código de Aguas muy centrado en el Estado, el cual no estaba en sintonía con las nuevas políticas económicas llevadas a cabo por aquellos años.
Existía una inseguridad legal respecto a los Derechos de Agua, esto debido a que no existían registros de derechos desde 1967, lo cual desanimaba las inversiones privadas en uso y gestión del agua y el Código de Aguas impedía rígidamente los cambios a usos más valiosos.
En 1979 se aprobó el Decreto Ley nº 2.603, el cual permitió el restablecimiento del mercado de Derechos de Agua, fortaleciendo los derechos de propiedad privada del agua, separando así los derechos de agua de la propiedad de la tierra y permitiendo que fueran libremente transados.
Para terminar con la confusión e incertidumbre respecto a los derechos de agua, se restableció la inscripción de estos por los Conservadores de Bienes Raíces y se declaró la presunción de propiedad a quienes en aquella estuvieran utilizando los derechos de agua.
En 1981 entra en vigencia el actual Código de Aguas, el cual promueve fuertes derechos económicos privados y limita la regulación del Estado.
Mediante dicho código, el Estado es responsable de asignar los derechos de uso originales, gratis, permanente, y sin límite de cantidad demandada. En el caso en que hubiera dos o más peticiones sobre la misma agua, e insuficiente disponibilidad, los Derechos de Aprovechamiento de Agua (DAA) serían asignados mediante remates.
Si bien este código tuvo éxito en lo que respecta a las inversiones relacionadas con el agua y a la mejora de la eficiencia en su uso, la asignación de derechos de agua sin límite ni restricciones dio origen a problemas de acumulación de derechos y especulación, los cuales han generado barreras a la entrada de competidores en ciertos mercados.
Luego de muchos años de discusión y debate se aprobaron el año 2005 reformas al Código de Aguas, las cuales estaban orientadas a resolver varios problemas, e incluían incentivos económicos y de competencia, con protección del interés público;
i) El Estado debía gestionar un recurso complejo crucial para el desarrollo con apoyo a la iniciativa privada y transparencia en la gestión;
ii) Evitar la concentración de Derechos de Aprovechamiento de Aguas (DDA).
En los siguientes gráficos podemos ver claramente como en los 80 se produce un punto de inflexión en el número de derechos de aprovechamiento otorgados, en el caudal otorgado y en el volumen total otorgado.

LOS PROBLEMAS DEL ACTUAL MARCO LEGAL
Uno de los principales problemas que ha generado la actual normativa del agua se refiere a las enormes concentraciones de derechos de agua que existen, concentraciones que han dado paso a un negociado enorme entre grandes corporaciones dedicadas al rubro agropecuario y empresas mineras del sector en la zona norte. Negociado que así también se ve reflejado en el precio de mercado que hoy en día tiene el litro por segundo de derecho de agua; sin ir más lejos, el intendente de la región de Atacama Rafael Prohens el año 2013 ganó más de cuatro millones de dólares al vender derechos de agua a una empresa minera. Cabe mencionar que estas personas que están vendiendo derechos de agua no están cometiendo ningún delito, pese a que estos derechos fueron concedidos por el Estado de manera gratuita y a perpetuidad. Pero es aquí donde radica el mayor problema, una de las modificaciones del Código de Aguas apunta a que no exista acaparación de derechos de agua, esta modificación lo que hacía era cobrar multas a quienes tenían derechos de agua que no estaban siendo utilizados, es decir, multar a quienes tenían más derechos de aprovechamiento de agua de los que necesitaban para llevar a cabo sus procesos productivos o de mantenimiento, pero la autoridad encargada de esto no ha sido competente frente al tema pues no se han hecho las fiscalizaciones correspondientes para evitar la acaparación de derechos de aprovechamiento de agua.
Otro de los aspectos a mencionar es el de que la autoridad nunca ha fijado un criterio para el otorgamiento de derechos de aprovechamiento de agua, es decir, jamás ha existido una fórmula por ejemplo acerca de qué cantidad debe ser otorgada por metro cuadrado de propiedad, lo que queda claro cuando vemos los informes donde pequeños agricultores poseen muchos más derechos de aprovechamiento de agua de lo que realmente necesitan.
Otro aspecto relevante respecto a la crisis hídrica y que también guarda relación con el acaparamiento de derechos es el sobre otorgamiento de derechos, lo que en simples palabras se traduce en que existen más derechos de aprovechamiento de agua de lo que realmente existe del recurso, agudizando aún más la difícil situación que vive la región de Atacama en torno a este preciado recurso.
Otro elemento que resulta de vital relevancia al afrontar el tema de la crisis hídrica es el que tiene que ver con el mercantil código de aguas que hoy nos rige, un código que declara el agua como un recurso vital pero a la vez comerciable, lo cual genera una dualidad que de alguna manera tiene relación directa con la escasez del recurso.
Fuente: http://www.elciudadano.cl/2013/05/20/68232/sociedad-y-medio-ambiente-una-perspectiva-de-la-crisis-hidrica-de-la-region-de-atacama/

jueves, 2 de mayo de 2013

La Lejana Sociedad de los Sueños



 “La Lejana Sociedad de los Sueños”.
Reflexiones en la Incertidumbre

Pablo A. Oporto A.
Profesor de. H. G. y Ed. Cívica
Ufro


  “Nada de lo que somos testigos hoy se parece a nuestros antiguos Sueños del futuro”


Introducción


Desde el presente no es fácil mirar hacia atrás y creer que hace casi cuarenta años una gran parte de la sociedad chilena confiaba en alternativas de sociedad que – aunque tenían sus orígenes en desarrollos históricos distintos al nuestro – formaron parte de su presente y de sus sueños sobre el futuro, que aquí hemos traducido como los sueños de una sociedad que se agrupó, se organizó, enarbolo emblemas o símbolos que la identificaban como la heroica y fresca sociedad que traería la autodeterminación y un endógeno proyecto económico, social, cultural, el cual lo menos que tendría sería de incertidumbre. Sensación que se evidencia y que rodea el contexto histórico del autor de estas líneas: contexto histórico actual, ausente de sueños colectivos y utopías redentoras y emancipadoras de origen profano.

El capitalismo secularizante más extremo montado en un neoliberalismo el cual en Chile está terminando de difuminar las últimas ideas de “revolución” desde abajo para apropiarse del concepto y eternizarlo como aquella “revolución silenciosa” llevada a cabo por el Régimen Militar y que en estos momentos es administrada por quienes en un momento la impugnaron. (1)

¿De qué sociedad Chilena anclada en el pasado hablamos? ¿Cuáles eran algunos ritos de su convivencia colectiva? ¿Qué acciones y nociones de su presente eran válidas para el cumplimiento de sus sueños? ¿Cuáles eran sus inspiraciones?. Por el contrario, ¿Cuál es el tipo de sociedad chilena que deambula por nuestras calles hoy? ¿Qué ha sucedido con las motivaciones, inspiraciones y acciones de la sociedad chilena después de treinta años? ¿Cuan profunda fue, en un ámbito social, la obra refundacional nacional propiciada por el Régimen Militar?. Estas y otras preguntas intentaremos responder en este artículo, el cual tiene el objetivo de esbozar los cambios de algunas conductas sociales colectivas de los últimos años, en relación a otras conductas del mismo tipo que cristalizaron en los primeros años de la década del setenta en el siglo XX, después de un largo periodo de maduración y que fueron abruptamente alteradas y transformadas por los cambios políticos, económicos y culturales que vivió Chile a partir del golpe de estado del martes 11 de septiembre de 1973. 

“La sociedad de los sueños”. Un transito de quince años

            Cuando hablamos de una sociedad de los sueños lo hacemos aludiendo a un gran numero de chilenos que adhirieron a proyectos de transformación social global entre el cincuenta y ocho y el setenta y tres y, entre estos, el proyecto socialista representado por la figura de Salvador Allende G. quien llega a la presidencia de la república en 1970. Sin embargo, desde antes de esos acontecimientos el clima social que se vivía en Chile era característicamente y colectivamente participativo, sobre todo después de la elevada votación obtenida por Allende en  su segundo intento por llegar a la  moneada en la elecciones presidenciales de septiembre de 1958.

            A partir de entonces, el movimiento obrero comenzó a recuperarse; la misma alta votación reflejaba el proceso de politización creciente de las masas obreras y campesinas que, enteradas además, del triunfo de la revolución cubana, en 1959, ven reanimadas sus expectativas políticas y sindicales (2), ante lo cual las calles serán, en los sucesivos años, testigo de multitudinarias marchas  y protestas del movimiento sindical reivindicativo, lo que al mismo tiempo era un reflejo de la rebeldía justificada de quienes hasta ese momento no participaban equitativamente de las riquezas de un modelo económico (ISI) que ya se comenzaba a cuestionar. Si a ello sumamos la posibilidad real de obtener el poder a través de los partidos políticos que se identificaban con sus demandas, el clima propicio para salir a las calles o articularse a alguna forma de participación política proclive a alguno de estos partidos o, en el caso contrario, sumarse a la oposición a estos, era una cuestión altamente factible y hasta necesaria.

             Progresivamente el carácter reformista y revolucionario que marcó el clima social y cultural a partir del sesenta empujó a la sociedad a la empresa de transformación global de esta. En este sentido, la hegemonía de los partidos políticos, desde las primeras décadas del siglo XX, en su rol canalizador de las demandas de la sociedad civil se orientaba, ahora, a acoger ideologías fuertes y cerradas. En efecto, el centro representado por la Democracia Cristiana acogió el Socialcristianismo y la “Revolución en Libertad”; la izquierda, por su parte, adhirió al marxismo y la “Vía Chilena al Socialismo”, proyecto que cristalizó en la Unidad Popular (3) que alcanzaría el poder en 1970 y lo mantendría hasta el 11 de septiembre de 1973.

            La derecha, por su parte, unificó sus viejos partidos históricos en el nuevo Partido Nacional donde la tradición liberal se diluye y toma fuerza  una “política de restauración autoritaria de la hegemonía de las principales clases burguesas”(4). Sin duda que estos proyectos eran el reflejo de los sueños de una sociedad que creía fielmente en las acciones concretas para alcanzarlos. Sin embargo, la derecha (política y económica) no representaba estos sueños, mas bien representaba la noche que los cubría en su afán histórico de dominar todos los campos de la sociedad, sea cual sea el sueño o anhelos de los que no se identifican con ella.

            En este contexto podemos advertir que las razones para que la sociedad se movilice en torno a sus demandas abundaban y aquella generación que fue testigo de estos hechos lo comprendía así hasta el martes 11 de 1973, día en que todos los sueños de una generación rebelde “con causa” fueron truncados.    

            La década del sesenta como vemos esta llena de todos esos procesos emergentes tendientes a la transformación global de la sociedad – progresiva o radicalmente- y que tendrá sus mayores conquistas en los excluidos (campesinos, obreros, urbano – marginales, mujeres, etc) y en una juventud de clase media y culta que “inician su emancipación y reelaboran sus comportamientos a la luz de una nueva ética de valores juveniles” (5).

            No hay duda de que la experiencia cubana (1959) fue un hecho inspirador  para una generación completa que soñaba con la transformación social definitiva, en especial para una juventud que ocupaba cada vez mayores espacios bajo la real convicción de que las transformaciones históricas estaban determinadas por ellos. Si no es así – permítannos un ejemplo externo a Chile – como entender entonces el movimiento revolucionario estudiantil de París en mayo de 1968 que también agrupo a juventudes obreras y que repercutió posteriormente en estudiantes y obreros de la misma condición en Polonia, las antiguas Checoeslovaquia y Yugoeslavia, Alemania, entre otros países de Europa (6); como entender entonces la intensa actividad política y la contingencia a la orden del día que se vivía en las universidades chilenas a partir de la década del sesenta y que se acrecienta hacia finales de esta con el claro ejemplo de la noche en que Allende, después de su triunfo electoral en 1970, “habló ante miles de jóvenes congregados bajo el balcón del FECH en el marco de una celebración multitudinaria”(7). Vemos, de esta forma, un espectro de grupos sociales en busca de sueños y deseos de cambiar y rechazar lo que no sienten como propio y justo o menos como herencia de su generación en el caso de las juventudes movilizadas.

            Durante los tres primeros años de la década del setenta – dos y algo más para ser un poco más precisos – chile vivió cambios de alcance social que eran concretables sólo en décadas. Según J. J. Brunner, en estos años se experimenta “el avance de un sentido de igualdad en las relaciones sociales, la conquista de los espacios públicos por las masas, el intento de reorganizar la economía al servicio de las mayorías y de ensanchar la participación de ellas en todos los planos de la vida colectiva” (8), como si parte de los sueños se hubieran cumplido o cristalizado en estos cortos años para las múltiples organizaciones civiles, para las mujeres que asumen roles mas activos, para los jóvenes de espíritu progresista dueños de ese “optimismo histórico” que recorre la nación, en fin para “la sociedad de los sueños” según nuestra presunción.

            Ahora, mas allá de las tomas de fundo e industrias no planificadas y de iniciativa popular que fueron una expresión “catártica” (9) de los sueños alcanzados, también fueron la expresión de la lógica que hemos retratado en las líneas anteriores: el pueblo particular y concreto (entiéndase mujeres, jóvenes, obreros, urbano – marginados, entre otros) se vivía así mismo como real protagonista de los procesos de transformación global de la sociedad, es decir, como un “sujeto de la historia” en el sentido del control que tenía y percibía de las transformaciones que estaban desarrollándose.

             El mismo cuatro de septiembre de 1970, por la noche, la masa que ocupaba la Alameda no era amorfa ni era la expresión de “individuos dispersos”, sino que era una “comunidad que expresaba su alegría”, expresión que no tenía sólo el carácter de una celebración; “también era el primer movimiento de una batalla:  movilizarse era una acto de alegría pero también una demostración de fuerza” (10), lo que refleja el nivel de participación, acción y compromiso con la realización de sueños largamente anhelados que la sociedad de estos años tenía.
            La expresión de los sueños en estos cortos años se reflejó, según T. Moulian (1988), en el desplazamiento del “yo”, como conciencia de individualidad, por el “nosotros” en la acción colectiva: por medio de la militancia a las organizaciones políticas o sociales; por medio de la adhesión a marchas y manifestaciones, “expresión de energías vitales de protesta y rebeldía”; por medio del involucramiento permanente por lo público y menos de lo privado. Las acciones colectivas eran llevadas a cabo por grupos antes, incluso hoy, inimaginables: transportistas, comerciantes, amas de casa (11). “Chile fue entre 1970 y 1973, una sociedad movilizada, dinámica, en la cual muchos individuos se vivían como actores de los procesos históricos (...), se tuvo la conciencia de ser sujetos” (12); en otros termino se tuvo la conciencia de ser una pieza clave de los procesos con el beneficio directo y justo del éxito de este y no el objeto que sólo consume y se manipula en beneficio del mercado, del mal entendido “bien común” o del progreso “nacional”.

            En definitiva, pensamos que desde los últimos años de la década del cincuenta en adelante Chile será testigo de involucramientos colectivos en proyectos de transformación social global - paradigmas de un periodo- donde se tenía conciencia del futuro si el éxito acompañaba a los proyecto, para lo cual la sociedad se movilizó, asumió acciones concretas, se comprometió y se asumió en el “nosotros”; mujeres, campesinos, obreros, jóvenes, en fin, los excluidos percibieron la real posibilidad de alcanzar sus sueños; sueños que tienen su corolario en los tres primeros años del setenta hasta el “golpe”, momento en que la sociedad de los sueños es atropellada, atormentada y empujada al precipicio de sus temores, desde donde sólo muestra señales en quienes con nostalgia nos señalan a ratos que “hubo una vez”... 

Reflexiones en la incertidumbre

A partir de lasa reflexiones anteriores tenemos la presunción de que vivimos – a casi cuarenta años después de la sociedad de los sueños- en el antónimo de aquel momento en que los símbolos, emblemas y compromisos colectivos estaban a la orden del día.

            Después del setenta y  tres surge en los “vencedores” la idea de de refundación nacional, especie de tabla raza en que se reorientaría a la población “en cuanto a sus lealtades políticas, sus valores colectivos, su memoria histórica, sus formas de convivencia y de imaginación del futuro” (13); en el fondo se echarían por tierra – al igual que el respeto a los derechos humanos- los sueños de una sociedad que anhelaba reconstruir y vivir un país bajo sus legítimas y particulares formas de justicia, entendida esta en todas sus formas.

             En retrospectiva, y sentados en la incertidumbre, el alcance de esta refundación es trágica, por el derrumbe que hizo de los logros alcanzado en los años anteriores al golpe, y contradictoria por la inversión de valores sociales, mencionados en el párrafo anterior, que se empeño en alcanzar. Sin duda que las sociedades, a través de periodos más o menos largos, avanzan y con ese avance también  se modifican conductas, percepciones, la forma de ver y vivir el mundo. Sin embargo, el Chile de hoy, a casi cuarenta años del golpe, no tiene relación y representa, para nosotros, el antónimo de la sociedad de los sueños descrita en la primera parte de este ensayo, con todas las contradicciones que emanan al colocarlas frente a frente buscando vínculos que, talvez, son hilos demasiado delgados y que aun así impiden reconocernos en el pasado desde un presente que, mirando hacia atrás, nos parece hasta ajeno, con el temor y la incertidumbre que provoca, considerando que el piso que nos muestran como proyecto de sociedad ( proyecto de secularización capitalista neoliberal y globalizante) hacia el futuro, es tan incierto como el germen de su pragmatismo originario.

            Siguiendo las ideas planteadas en la primera parte de este ensayo advertiremos las contradicciones patéticas entre lo que hemos denominado la “sociedad de los sueños” y “la sociedad de la incertidumbre”, que en dominio de todos nuestros sentidos percibimos hoy.

            Si recordamos la fuerza que toman los movimientos sindicales reivindicativos partir de fines de la década del cincuenta con gran parte de los obreros afiliados a sus sindicatos y participando en alguna forma de acción reivindicativa, la situación actual nos parece un cuento inventado por alguien, ya que los datos nos muestran que de sobre una fuerza de trabajo de mas de cinco millones de trabajadores al finalizar la década de los noventa, sólo en 1993, por ejemplo, la fuerza laboral sindicalizada era de 13,7% y disminuyendo progresivamente (14). En este sentido, la falta de grandes metas, la precaria legislación laboral, la desconfianza en los individuos, herencia del régimen militar; la desconfianza en los lideres sindicales ligados generalmente a partidos políticos desprestigiados y deslegitimados por mas de quince años (durante el régimen militar) coincidentemente con el fracaso de sus proyectos de sociedad a nivel mundial (caída de los socialismos reales a partir de 1989); entre otras causa, explican, a nuestro parecer, esta desmotivación directa hacia la sindicalización, o en otras palabras, a la no participación en proyectos colectivo- sindicales. Cabe mencionar también causas originadas por los propios tiempos que vivimos marcados por la apología a la individualidad (el éxito sólo es el producto de un esfuerzo mas personal que colectivo) producto de un neoliberalismo que entre sus principios “el individuo es el actor fundamental del sistema social. No son los grupos, las clases sociales o las instituciones. Tampoco lo es el Estado – Nación” (15). Nada mas confirmatorio que esto si además consideramos que el modelo económico chileno impuesto por el régimen militar (el modelo neoliberal) es uno de los más “perfectos” del mundo. ¿Es posible volver a enarbolar banderas y emblemas de la lucha reivindicativa delante de millares de obreros  mujeres, jóvenes, excluidos de todo tipo, que no sólo son individuos dispersos, sino una masa compacta con lenguaje, pensamiento y sueños de futuro común? No lo se.

            Los proyectos globales de transformación global de la sociedad de los sesenta y setenta sólo muestran destellos; hoy quedan sus representantes en un rincón de algún lugar, ya que sus “metarrelatos” de potencia unificadora, legitimadora y de emancipación (herencia de la modernidad) se han convertido en “minirrelatos” (16) sin grandes principios y “que constituyen juegos provisorios y susceptibles de lenguaje” (17). Los “metarrelatos” se justifican solo por la base que tenían en una masa colectiva y en la convicción de esta en esos grandes principios emancipadores o liberadores. No se podía pensar sólo que la revolución socialista era viable en la medida que la cultura crítica- ilustrada lo viera como una necesidad histórica (18). Eso es correcto si observáramos que la masa colectiva desechó el proyecto socialista para refugiarse en la religiosidad, el hedonismo, el esoterismo, el comunitarismo popular (19). Todos refugios sin grandes principios y sin grandes masas dispuestas a soñar con un futuro diametralmente opuesto al que los tiene vacíos  de ideas, de metas a largo plazo en el que sólo se vive el día a día.

            La lógica del individualismo y de lo privado por extensión mas el supuesto que “todos los caminos llegan a Roma” se hace patente en el contexto anterior si tomamos a Roma como el paradigma de la sociedad actual (globalización) y a los caminos como los múltiples movimientos sociales – distintos a los tradicionales partidos políticos – que sin un laso común entre ellos – solo la crítica al hegemónico paradigma – inhiben la fuerza para crear un sueño colectivo y mas bien toman la forma de atomizaciones siguiendo el modelo de diversidad social y cultural del cual la globalización y sus defensores hacen apología.

            En esta línea es que también los partidos políticos, otrora grandes canalizadores de las demandas civiles y/o populares hacia el Estado, además de receptores y motor, al mismo tiempo, de los flujos de participación colectiva, hoy pierden relevancia y referente frente a los nuevos tipos de movimientos. Un ejemplo concreto sobre esto es que en el segundo Foro Social Mundial de Porto Alegre en el 2003 que tuvo el carácter de alternativo donde se reunieron diversos tipos de organizaciones e intelectuales críticos del sistema de globalización, ningún partido político tradicional fue acreditado al foro; dato que refuerza la crisis de los partidos tradicionales en una sociedad que ya no les cree o imbuida en la lógica del modelo paradigmático actual ha buscado atrás salidas a su, siempre inherente, fuerza liberadora, ahora reducida sólo al individuo o a los nuevos movimientos sociales – que suman y siguen- y menos a los antiguos portadores de la emancipación popular, los partidos políticos.

            Los nuevos movimientos sociales (o grupos de base, u organizaciones populares) al tiempo que son de múltiple carácter, también privilegian “lógicas mas autónomas de dinámica social y formas menos instrumentales de práctica política; y la revaloración de la democracia en un sentido ancho y profundo” (20). Aunque la valoración de la democracia es algo positivo y que por lo demás debe ser inherente a todo movimiento social que se tache de tal, en la lógica de los nuevos movimientos los vínculos entre sus integrantes tienden a ser tenues desde el punto de vista que  los valores sociales – negativos a la hora de crear lasos colectivos fuertes- de estos tiempos como el individualismo, la diversidad, la autonomía, el descompromiso se introducen en estos movimientos generando facciones, grupos de apoyo mas que de acción, colectivos, nuevas organizaciones, etc generando un panorama hostil en vista a la construcción de un sueño de emancipación y redención con arraigo en una sociedad con sueños reivindicativos comunes, rasgo que era el mas notorio de nuestra “sociedad de los sueños”.

            De los que hemos dicho anteriormente, surge entonces la instancia por saber o conocer las motivaciones por las cuales la actual “sociedad de la incertidumbre” se moviliza y – talvez – enarbola emblemas y valores colectivos. La respuesta la podemos encontrar en las reacciones contra el paradigma secularizante capitalista (la Globalización) el cual genera aprensiones a un nivel identitario, pero estas reacciones no tienen lasos que las unan en un gran proyecto de transformación social que las una; estas reacciones son defensivas y fundamentalistas a modo de “atrincheramiento antisecular” bajo la perspectiva de culturas cerradas (21) en que los lasos identitarios frente al bombardeo de códigos culturales foráneos se fortalecen provocando “choques entre identidades culturales atrincheradas” (22). Estos atrincheramientos no pretenden tener una actitud ofensiva hacia el paradigma dominante, sino mas bien defensiva, es decir, protegiéndose de elementos contradictorios con la tradición de estos grupos culturalmente atrincherados.

            El Opus Dei y su oposición a la liberalidad de costumbres que provoca el paradigma dominante; los movimientos violentos de izquierda; el fundamentalismo indígena (23), son ejemplos de los móviles que actualmente atraen a grupos sociales importantes de una sociedad diversa como la nuestra. La atomización de los movimientos sociales queda en evidencia y las probabilidades de unir fuerzas en proyectos comunes son cada vez menores. “Dividir para reinar” se decía en el pasado explícitamente; realidad patente en nuestros días en que integrados y excluidos se alejan con enormidad y entre los propios excluidos la atomización de sus demandas y movimientos reivindicativos tienden a hacerle el juego al paradigma dominante, ya que al atomizarse pierden fuerza frente a una paradigma que se expande bajo los únicos límites de sus capacidades.
           
En este escenario lo jóvenes no se sienten atraídos por causas comunes o por sueños de transformación social, mas bien se muestran apáticos, desilusionados sin fermento revolucionario, ya que este no se encuentra instalado “en el centro de los afanes humanos” (24) y las generaciones post- revolucionarias perciben que el fervor de sus antecesores en los proyectos revolucionarios es “una evidente aberración de la perspectiva sentimental” (25). A lo mucho, según Hopenhayn, los jóvenes podrían tomar opciones entre la tradición de los fundamentalismos o la liberalidad hedonista del paradigma globalizador. Pero esta visión de Hopenhayn está por verse y lo que hoy cuenta y se constata es aquella idea de que los jóvenes “han abandonado la lucha política y sus reivindicaciones, y las han reemplazado por el acceso mas amplio al consumo”(26) a través del medio mas clásico por estos tiempos, la tarjeta de crédito o en el peor de los casos formas menos lícitas. Sin embargo, y sea como sea, a treinta años de la “sociedad de los sueños” las razones y las inspiraciones para generar los proyectos de transformación social están dispersos y ausentes de las masas, en una masa también aturdida por el consumo, las formas (mas que el fondo) la eficiencia ineficiente (excesivas horas de trabajo y baja productividad de los chilenos), el éxito personal mas que colectivo, etc. En este sentido FLACSO ratifica esta cuestión al dar cuenta, en un trabajo estadístico,  que la sociedad chilena es cada vez mas egoísta, individualista, menos respetuosa de los demás, menos sana moralmente y, lo que es aun peor, mas agresiva (27). Ahora, si la “refundación” social del Régimen Militar consistía en lograr estos valores negativos en la sociedad chilena pueden estar satisfechos, pero quienes conocieron hace un poco más de treinta años la sociedad de los sueños colectivos no pueden estarlo y mas aun cuando estos últimos saben que los excluidos nunca han logrado reivindicaciones individualmente y que en las circunstancias actuales la posibilidad de unir fuerzas colectivas es cada vez menor.          

En la incertidumbre los excluidos están solos, sin la esperanza ni el sueño de revolución que hace treinta años enamoraba y conquistaba su espíritu de proletario, campesino, urbano – marginal, de mujer exigiendo igualdad de oportunidades, entre otros espíritus en busca de un reino, el de los pobres y los excluidos. En momentos en que las desigualdades sociales se agudizan y siendo Chile uno de los países con peor distribución de la riqueza en el continente, la situación de los excluidos, sin sueño revolucionario, es como el paraguas ausente en el día mas lluvioso del invierno. Los excluidos hoy solo conquistan imágenes televisivas de los integrados a estos tiempos, o las imágenes de un lindo barrio y un gran Mall que divisan desde la ventanilla de un micro. Talvez por ello es que los excluidos ya no buscan su redención y emancipación en la tierra a través de metarrelatos seculares - posiblemente están cansados, decepcionados, desesperanzados-, sino que los buscan en el cielo a través de la proliferación de religiones y/o proyectos celestiales. Talvez algunos ni siquiera han escogido esta salida, sino que se han sentado frente a un televisor esperando algún contenido que satisfaga sensaciones temporales (estelares nocturnos, reality show, repetidos goles y comentarios de fútbol, teleseries, etc) resignados a que la solución a sus problemas – que son los de muchos- no pasan por sus manos; en este escenario el ser objeto desplaza al valor de ser sujeto.    

Esto último nos lleva a pensar sobre lo prescindible que somos hoy como sujetos de la historia o siendo protagonistas y constructores de esta. Claramente la sensación es que la historia y el mundo “parece completándose siempre desde otros, y descompletándose para nosotros mismos” (28). En efecto, las fuerzas del impacto tecnológico, del mercado, de la transnacionalización de la cultura, nos hacen sentirnos tan pequeños y ajenos a su control que cualquiera acción tendiente a lo contrario se asemejaría a acciones “cinematográficas” (29). En esta perspectiva, de ser sujeto de la historia nos hemos transformado en objetos  de esta; de ser constructores de sueños hoy no nos dejan dormir para construirlos (hoy se hace apología a la productividad y eficiencia individual con la permanente exposición a entretenciones hedonistas). En la incertidumbre, ser sujeto “es historia”; en la incertidumbre ser historia es ser objeto avaluado, tranzable y consumidor obsesivo en función de necesidades que construye un mercado “regulador” y sus fuerzas – supuestamente -  invisibles, pero que en definitiva han tomado el control de las acciones a lo que algunos no les queda mas que decir “así es la cosa, que le vamos a hacer”, cuando en esa frase esconden y legitiman las  fuerzas que están construyendo la historia por ellos, excluyéndose, además, del protagonismo que antes significaba ser constructor de los procesos históricos en una “sociedad de los sueños” que frente a la actual esta última nos parece irreconocible: experimento “refundacional” fáustico, “Made in Chile”, que en la incertidumbre sufre de insomnio y/o ausencia de sueños redentores que la sociedad de los sueños tenía en abundancia.

Conclusión                                                      

            Desde la sociedad chilena actual, a casi cuarenta años del golpe militar y del derrumbe de una sociedad que abrigaba sueños colectivos, el diagnóstico es una diametral oposición entre las dos sociedades aquí brevemente descritas, donde el proyecto “refundacional” del Régimen Militar marca el hito de las transformaciones sociales el cual en sus logros “macroeconómicos”  inauguró valores contradictorios con la sociedad chilena vivida por nuestros padres, algunos, testigos jóvenes del periodo Pre – Régimen Militar. La lucha colectiva por el reconocimiento fue reemplazada por el reconocimiento atomizado e individual a través del consumo. La posesión de objetos, en lo posible aceptados socialmente, sustituyó los logros colectivos y a la vez la lucha colectiva (30). Con violencia, represión y desconfianzas entre los ciudadanos la participación colectiva en diversas formas de reivindicación se tornó tenue e incluso peligrosa; la vida estaba en juego y esos lo sabían y manejaba la cúpula del Régimen Militar y sus asesores quienes sin mayores oposiciones sentaron las bases de un tipo de sociedad actual sin sueños de revolución y perfilada en y hacia una incertidumbre ante la cual un “mercado regulador” no es precisamente el mejor “guía espiritual”, aunque talvez nunca pretendió serlo, y por tanto, se requiere refundar bajo nuevas premisas los valores colectivos de una pasada, pero destellante  “sociedad de los sueños”.

Lo que Ocultaba la Sombra del Ferrocarril en la Araucanía a fines del siglo XIX



Idea de Progreso y Contradicciones Sociales en la Araucanía a fines del siglo XIX


Por Pablo A. Oporto A*
           
            Sin duda que la irrupción del ferrocarril en la Araucanía a fines del siglo XIX representó un símbolo de progreso y soberanía para el país y para personajes progresistas, y en particular,  para los presidentes Federico Errazurriz, J. M. Balmaceda o el ministro de este último Pedro Montt. Y no podía ser de otra forma en una nación que aún no cumplía su centenario cuando ya sentía el deseo profundo de igualar logros que estaban transformando a la vieja Europa, moderna e industrial, que difundía sus progresos, sus imágenes, sus ideas, en definitiva, sus símbolos culturales por todo el globo.

            Pero al tiempo que estos elementos del progreso, para la elite mas europeizada,  se introducían en los países y regiones - como en nuestra Araucanía - traían consigo formas de trabajo, de relaciones sociales y económicas  que se sostenían en la asimetría entre quienes encabezaban las directrices de los cambios y los grupos subordinados a estos últimos. Uno de los resultados mas significativos de este proceso transformador fue la alteración del espacio prístino y el término para el hombre desposeído materialmente, mas no culturalmente – indígena o no, de los medios para subsistir libre y espontáneamente  o lo que comúnmente podríamos llamar despojo de los medios de producción.

El ferrocarril y su influjo, que para algunos fue el ícono, del siglo XIX transformo al espacio y a los hombres de la Araucanía  la cual vertiginosamente se ponía al día en los tres siglos que le llevaba de ventaja el Chile Central y el Norte Chico en cuanto a la implantación del modelo capitalista industrial de la época. En este plano el ferrocarril puso su gran cuota de empeño, pero su sombra llevaba oculta pobreza, violencia, precariedad y explotación laboral, engaños y, en fin, todo aquello que el discurso de Balmaceda y las apologías liberales acerca del progreso ocultaban.

Se nos preguntaba en una cátedra universitaria sobre las imágenes que poseíamos del XIX a lo que muchos de los que estabamos en ese instante respondimos con la imágenes clásicas: el salitre, la guerra del Pacífico, la crisis política del 91, Portales, las constituciones, etc.; pero el profesor de aquella cátedra, sin desdeñar lo que decíamos, agregaba que el siglo XIX también era el siglo de la pobreza. Cuestión cierta si hurgamos en la historia del ferrocarril en cuanto a su construcción a su paso por la Araucanía con todo lo que ello implicaba, como las condiciones en que trabajaban los carrilanos, su satisfacción por un plato de porotos cuando el salario se atrasaba o la imposibilidad de mantener un trabajo estable por lo que tenía que emigrar a las cosechas del norte para luego volver a las faenas del ferrocarril sin ver mejorada mayormente su situación económica y su calidad de vida.

En el ámbito nacional la construcción del ferrocarril comienza en los inicios de la segunda mitad del siglo XIX, en una mezcla de construcciones privadas ligadas a la minería del norte y las construcciones ferroviarias estatales. Estas últimas verían interrumpido su desarrollo en casi once años, producto de tres circunstancias: la crisis económica de la segunda mitad de la década del setenta; las crecientes tensiones con los países limítrofes que desembocarán en la Guerra del Pacífico en 1879 y los grandes temporales y aluviones de 1877 que provocaron daños significativos en varios puentes y vías férreas.

Estas situaciones paralizaron la construcción de ferrocarriles al sur de Chile por casi once años. Cuestión muy lamentada por progresistas como el ministro de Balmaceda, Pedro Montt, cuando se dirigió al Congreso Nacional en 1887, señalando que “desde hace once años, esto es, desde 1876, no se ha entregado al tráfico un kilómetro de ferrocarril por cuenta del Estado” (1), y agrega, en alusión al progreso que significa este medio de transporte, que “60 kilómetros de ferrocarriles por año es lo menos que puede construir la República si no quiere quedarse muy atrás en la vía del progreso” (2). Sin duda que la propiedad con que hablaba se sustentaba en la real convicción de que el país podía económicamente extender sus vías férreas al sur. Cómo no iba a estar convencido si los ingentes ingresos con los que contaban el país desde 1880 - producto de las explotaciones salitreras en las regiones en disputa con Bolivia- daban fe de que esta empresa ferroviaria era posible. Estos ingresos facultaron al gobierno de la época  (Gob. de Domingo Santa María, 1881-1886) a iniciar un ambicioso plan de construcción de líneas férreas, con el fin de consolidar, entre otras cosas, su soberanía en el extremo sur del país mediante la introducción del ferrocarril en la región de la Araucanía.

Cabe señalar eso sí, que la penetración del ferrocarril en la Araucanía se había iniciado en 1868, es decir, pocos años después de la ocupación de este espacio nacional, en los inicios de la construcción del tramo entre Chillan y Talcahuano, aunque se intensificaró en el gobierno de J. M. Balmaceda (1886 – 1891). Los primeros estudios para la penetración definitiva comienzan en 1883 para unir los tramos de Angol a Traiguén en vista a extenderlo hasta Temuco (recién fundado en 1881). En 1884 el contrato de construcción es asignado a la empresa Meyers & Hillman y en 1888 comienzan los trabajos estando la punta de rieles en Collipulli, lugar desde donde comienza a describir sus experiencias el ingeniero belga Gustave Verniory.

Estos antecedentes nos sirven para ubicarnos en el contexto temporal y espacial en que se desarrollaba el ferrocarril al sur al amparo del estado progresista y rico después de la Guerra del Pacífico. Las alusiones al progresos y al momento culmine para llevarlo adelante se hicieron mas plausibles a partir de este momento.

Ya se destacaba en los discursos de Balmaceda esa esencia subyacente progresista que lo llevarían a posicionarse entre los presidentes  de Chile – sino el primero – más progresistas  de la historia de Chile. Sin embargo, la estrategia progresista para tratar la cuestión de la Araucanía tiene sus antecedentes en otro fiel creyente de los milagros de la técnica e impulsor de los beneficios de la modernidad. Nos referimos al Presidente Federico Errazuriz Zañartu, quien no vaciló en expresar que la seguridad y pacificación de la Araucanía sería obra de los ferrocarriles. Según palabras expresadas por él en 1873 diría que “la locomotora va a resolver en breve tiempo el problema de los tres siglos, manifestando prácticamente a los bárbaros pobladores de aquellos ricos e inmensos territorios el poder y las ventajas de la civilización” (3)

Es difícil señalar si para estos “barbaros” significó ventajas esta concepción civilizadora, como sí lo fue la concepción civilizadota hispana que les hizo mucho daño a nuestros indígenas. Cabe señalar eso sí, que muchos de estos últimos se incorporaron al trabajo remunerado y fueron cientos y tal ves miles, como señala Ferrando (1986), los que trabajaron como jornaleros en la construcción del ferrocarril. Un ejemplo de esta participación Mapuche en las faenas ferroviarias fue los cuatrocientos mapuche que trabajaron junto a peones chilenos en el trayecto San Rosendo – Angol que llego a su término en 1876 (4); diez años después, en enero de 1896,  Verniory nos cometa que a falta de obreros chilenos, los cuales habían partido a las cosechas del norte, se tuvo que reclutar a las faenas “indios”, como el los llamaba, que en espera de su cosecha estaban “en una extrema necesidad”. Según señalaba, “estos se satisfacen con las raciones de porotos pero son poco productivos”. Como no iban a serlo si las formas de trabajo capitalistas para ellos eran desconocidas.

Pero no abandonemos esta idea de progreso a la europea que atraviesa nítidamente la segunda mitad del XIX y que se encarna en J. M. Balmaceda. Este señala en 1889 que las bases cardinales de la futura prosperidad y engrandecimiento son la instrucción pública y el enriquecimiento de los ciudadanos. En este planteamiento vemos que la instrucción pública también fue un elemento importante en la concepción de progreso par este presidente.

En otro discurso realizado en la Serena el 22 de marzo de 1889 Balmaceda deja ver cual es la función del estado en este camino al progreso al señalar que “este puede suministrar gran parte de los elementos en que las virtudes individuales deben ejercer su acción directa y bienechora, que por eso procuro que la riqueza fiscal se aplique en la construcción de liceos y escuelas y establecimientos de aplicación de todo genero, que mejoren la capacidad intelectual  de Chile; y por eso no cesaré de emprender la construcción de vías férrea, de caminos, de puentes, de muelles y de puertos, que faciliten la producción, que estimulen el trabajo, que alienten a los débiles y que aumenten la savia por donde circula la vitalidad económica de la nación” (5)

Sin duda que todo aquello sonaba bien desde un escritorio o un proscenio, además, si se contaba con los recursos para hacerlo era aun mejor, pero el destino de Balmaceda y los representantes del estatu quo como lo era la elite terrateniente representada en el parlamento dirían otra cosa el año 91, que no es materia de este ensayo, pero que explican, a nuestro parecer, el porque estas ideas de progreso, una ves mas se pragmatizan en aquello que sólo beneficiará a los ricos propietarios de recursos naturales mineros y agrícolas que verán en el ferrocarril una mejor forma para sacar sus productos del interior hacia los puertos de embarque aumentando así su riqueza (6). Esto es innegable a propósito que la Araucanía representaba un rico espacio para el cultivo del trigo a gran escala para destinarlo a los mercados mundiales.

Cuando leímos el discurso de Balmaceda del 26 de octubre de 1890 al inaugurar el Viaducto del Malleco, será posible que la ciencia y la industria moderna tengan un poder de creación capaz de someter todos los elementos de la naturaleza a su sabiduría y a su imperio, como señala el discurso, sabiendo que esta misma sabiduría de la ciencia y la industria moderna que emana del hombre es la misma que redujo a los indígenas, sometió al carrilano y vio en el europeo una raza superior.

Balmaceda es honesto al señalar en ese 26 de octubre que en ese momento se invadía el suelo de aquellos bravos (Mapuche) “no para incendiar la montaña, ni para hacer cautivos, ni para derramar la sangre de nuestros hermanos, ni para sembrar la desolación y el terror: con el ferrocarril llevamos a la región del sur la población y el capital y bajo la iniciativa del gobierno (...) la escuela en la que se enseña la noción de ciudadanía y del trabajo” (7). Ante este planteamiento podemos decir que no se incendio la montaña, pero si  se talaron los bosques nativos para combustionar los motores de las locomotoras o para la construcción de durmientes y la actividad agrícola, “devastación funesta que hará pronto que la Arucanía, antes tan exuberante, tome el aspecto desnudo y desolado de Chile Central” (8), señala el propio Verniory; no se tomaron cautivos ya que se necesitaba la mano de obra indígena junto a la chilena para aumentar el numero de carrilanos a las faenas; producto de esto mismo, tampoco se derramó sangre de parte del estado, pero si fue frecuente que “en los días de pago apareciera dos, tres o mas trabajadores muertos que se enterraban en los rellenos de las mismas faenas y aquí no ha pasado mas” (9),  la desolación y el terror no la trajeron la malocas, sino que fueron reemplazadas por el estruendo del ferrocarril y sus comboyes, como tubo ocasión de distinguir Verniory , cuando señala que los indígenas eran los únicos que conservaban una impasibilidad absoluta mientras los demás, con un entusiasmo desbordante, ven llegar el primer tren a Temuco (10) .

“Todos los problemas económicos del porvenir de Chile están ligados a la construcción de nuevas líneas férreas”(11), señala Balmaceda en el mismo discurso de octubre de 1890. Habrán pensado lo mismo los peones campesinos del Chile Central y Norte Chico que ya contaban con la experiencia de haber construido las vías férreas para el servicio de las actividades mineras, o sin ir mas lejos, habrán pensado igual que el Presidente  aquellos carrilanos que iban y venían (por sistema de enganche) desde las actividades agrícolas del norte a las construcciones de ferrocarriles en la Araucanía buscando siempre donde los ingresos resultaran mas elevados (12). Recordemos que el ferrocarril se introduce en Chile en 1851, en Copiapó, y de entonces hasta el discurso de Balmaceda en 1890, la situación económica del peón, el cual poco a poco se va transformando en el proletario del siglo XX, no se ve mayormente mejorado con el dezsarrollo del ferrocarril y, peor aun, sus lasos de dependencia a un sistemas de trabajo capitalista, sobre el cual no tiene control, aumentan día a día.

Como podemos ver, la fastuosidad del ferrocarril y la sombra que proyecta lleva oculta un sin numero de situaciones que no encajan en el progreso triunfante de Balmaceda sobre la naturaleza, bajo la sabiduría de la ciencia y de la industria moderna.
Veamos que sucede con otros elementos que van ocultos en esta sombra del tren a su paso por la Araucanía y el espejismo del progreso balmacedista que nos Muestra el belga Gustave Verniory en los diez años, (1889 – 1899), que estuvo como ingeniero en la construcción de las vías férreas en la Araucanía.

Los carrilanos se componían de variados hombres y sus respectivos oficios, hombres que tenían en común que todos ellos eran parte del cambio masivo de las relaciones sociales de producción que estaba generando el ferrocarril y que significaba la dependencia a la salarización monetaria de grandes masas peonales (13).

Campesinos de la Zona Central, ex combatientes de la Guerra del Pacífico, mineros del desierto, cesantes, extraños fugitivos y también indígenas conformaron los tipos sociales que formaron parte de la gran masa anónima del obrero ferroviario o bien carrilano.

Para hacernos una idea de la cantidad de hombres que participaban en la construcción de las vías férreas podemos mencionar que, al sur del Cautín, en 1889, en sus primeras labores, Verniory  trabajo junto a 1800 obreros; 6años después en una faena en Quepe trabajó junto a 1500 obreros, aunque  en ocasiones este numero podía bajar a la mitad dependiendo de los trabajos a realizar. Lo que si es permanente es el alojamiento y la comida que se les proporciona mientras dura la faena. De esto último  podemos señalar que los alojamientos por lo general, son grandes barracones, divididos para solteros y casados; esos espacios no tienen ningún tipo de mobiliarios; “los hombres se tienden vestidos sobre camas de ramaje que ellos arreglan a su gusto. En la noche un sereno o vigilante nocturno circula por el campamento armado de un sable o un látigo” (14). Considerando lo anterior, ¿ es posible armonizar la imagen moderna y progresista del ferrocarril junto a camas de rramaje y guardias con látigo y sable?. En cuanto al alimento, cada mañana el obrero recibe un pan de 400 gr, a medio día una  porotos y por la tarde otro pan de 400 gr.

El roto, como lo llama Verniory, “prefiere sobre todo sus porotos, sin los cuales estima que no podría vivir” (15). En cuanto al salario, este dista mucho de estar a la altura del progreso, ya que estos carrilanos ganaban entre 60 y 80 centavos diarios (entre 18 y 24 pesos al mes); cabe señalar que Verniory ganaba 300 pesos como uingeniero. Por tanto creemos, que aquello esconde sin duda explotación y pobreza para el obrero que tal ves sin conciencia de clase, se conformará con un techo, porotos y un salario que sólo durará uno o dos días entre excesivo consumo de alcohol cuando se precipitan al despacho (especie de almacén provisorio) que les entrega tantas garrafas de vino y botellas de agua ardiente como puedan pagar; y entre violencia, producto de la ebriedad, que genera riñas, en donde además el uso de cuchillos no se hace esperar. Como señala Verniory “no hay pago sin algunos muerto y numerosos heridos” . ¿Son estos ejemplos elementos de progreso, los cuales civilizarían al bárbaro indígena como lo concebía Federico Errazuriz al impulsar al igual que Balmaceda la construcción del ferrocarril al sur? . Nada mas lejos de lo que idealizaban estos presidentes que tal ves no se daban cuenta que el crecimiento o progreso de los países desarrollados de ese momento era la evolución particular de pueblos con niveles de igualdad social mayores que los nuestros en que aun se concebía al indígena como un bárbaro y al peón mestizo no muy lejos de aquello.

Ya lo señalaba el estadounidense Enrique Meiggs al referirse a los artesanos y peones chilenos que él los trataba como hombres y no como perro. Aquí – señala Meiggs – “un rico trabajador o un artesano laborioso no son admitidos, son mal mirados en nuestras grandes casa sólo por que son trabajadores” (16). En su país, señala, es la inteligencia y la actividad la que impulsan al éxito y no el traje. Cierto o no, el hecho es que en todas las apologías que se hacen del trabajador chileno en la construcción del ferrocarril no vemos que la mayor o menor inteligencia o actividad del este tengan relevancia al momento de cancelarle el salario que generalmente era quincenal. Por tanto, una vez mas, el progreso no solo se podía alcanzar con la construcción de los ferrocarriles y su estampa en Chile y la Araucanía específicamente, sino que se requería, quizá, un cambio social profundo, que no estamos tan seguros de que en el posterior siglo XX se halla alcanzado.

A pesar  de que antes de la llegada del ferrocarril a la Araucanía existía bandolerismo y violencia en un contexto de vida precaria en el cual solo los espíritus aventureros y amantes de la libertad como Verniory podían soportar, el ferrocarril también genero focos de violencia que distaban de la imagen idealizada del progreso que este traería. Sino cómo explicara aquel noviembre de 1892 cuando un conocido de Verniory Mac Lennan, es casi muerto por una banda de ladrones que pretendían asaltar y robar el dinero de los salarios en el campamento donde trabajaban; ocasión en la cual uno de los bandidos muere atravesado por una bala y además es rematado con una cuchillada en pleno corazón por un propio compañero de asalto para que el herido no los delatara; o cómo explicar que cada día de pago la policía debía acudir a obreros “más temperantes” para ayudar a mantener el orden y evitar los actos de violencia.

Ya dijimos que los salarios de los carrilanos o trabajadores del ferrocarril no eran altos y que por tanto, rendían muy poco, lo que desmiente aquella característica económica poco previsora que se le adjudica al obrero. Si hubiera ganado lo suficiente o lo justo tal ves habría pensado en el futuro; en condiciones contrarias, difícilmente. 

Quizás en ello esta la ira que caracteriza al carrilano cuando sus salarios se atrasan como aquella ocasión en marzo de 1893 cuando el pago se atraso para el día siguiente, al recibir las explicaciones de Verniory y al marcharse este en su carro, se levantaron clamores detrás de el y una granizada de piedras voló a su alrededor. En otra ocasión, esto es 1897, el peligro de saqueo en Temuco se transformo en temor colectivo cuando el banco nacional de Temuco realizo mal sus cálculos y los salarios se atrasaron por dos días. Mas de 1500 hombres se aprestaban a marchar para Temuco. La situación es calmada por el ingeniero Verniory al ofrecerle como “calmante” trenes a su disposición para que sean trasladado aquel día domingo al campamento donde les esperaba doble ración de porotos de ají y de pan.

Acaso esta situación no demuestra la precaria situación salarial del obrero ferroviario y su conformismo con un plato de porotos que a falta de un salario justo adquiere un gran valor para suplir la necesidad del hambre. ¿ Aquello era a lo que se refería Balmaceda cuando luchaba por un progreso el cual beneficiaria a todos los conciudadanos?.

Aunque todo lo que hemos dicho requiere más estudio no abandonamos la idea de que todo ello es parte de los elementos que ocultaba aquella sombra del ferrocarril que no es precisamente su lado amable, sino aquel que no muestra su cara la sol del progreso ni siente afección por la razón positivista del diecinueve a la que tanto adhería Balmaceda. 

En conclusión, de todo lo que hemos dicho  no cabe duda  que el ferrocarril era concebido como un elemento clave para alcanzar el progreso y ocupar la Araucanía definitivamente. Esto se evidencia en planteamiento de Federico Errazuriz como en los discursos de Balmaceda. Sin embargo, vemos que el ferrocarril   se introduce en Chile a partir de 1851  y desde entonces hasta fines del siglo XIX el progreso que beneficiaría a todos los conciudadanos aun esperaba. Lo que si genera el ferrocarril es un cambio en el paisaje y en los espacios vírgenes, como también la transformación de las relaciones sociales de producción con la salarización monetaria de grandes masas peónales e indígenas  en la Araucanía.

La violencia, los bajos salarios, el conformismo por un plato de porotos y un trozo de pan, la ira por el atraso del salario quincenal, será rasgos de penetración del ferrocarril en la Araucanía donde todo se imponía rápidamente, como en un afán de ponerse al día con el resto del país.

El rostro amable del tren, ese que muestra su ante el sol del progreso nos habla de avance económico y articulación de la Araucanía  a los mercados mundiales; no habla de civilizar definitivamente al bárbaro y también nos habla del beneficio colectivo de esta gran empresa. Por el contrario la sombra del ferrocarril oculta aquellos elementos que hacen triste y lamentable, y por nada del mundo publicitable, la vida del carrilano o trabajador del ferrocarril en su parte más concreta y vital, aquella que se aleja del prestigio de esforzado y buen trabajador que muchos extranjeros, entre ellos Verniory le adjudican y que además nosotros confirmamos. Aquella parte que, al parecer, el progreso nacional no contemplo o que más bien ignoro. 

* Profesor de Estado Historia Geografía y Ed. Cívica y Licenciado en  Educación de la   Universidad de la Frontera. Desde el 2004 al 2009 profesor del Instituto Eurochileno de Turismo de la Universidad de la Frontera.

Hacia una concepción más humana e indigena de nuestro territorio



Una necesaria revisión de nuestras concepciones y acciones sobre el territorio

Por Pablo A. Oporto A*
Introducción

El presente artículo se enmarca en el contexto regional vinculado al conocimiento de nuestros recursos ambientales y la necesidad de establecer lasos mas directos con su cuidado y preservación. Específicamente desde el conocimiento y análisis  geográfico más los elementos teóricos comunes que este análisis tiene con la concepción mapuche del territorio. Esto cobra valides en la medida que el espacio regional se presenta como el espacio local recorrible, habitable e identificatorio de las experiencias históricas colectivas e individuales de dos culturas. En este sentido, el estudio geográfico local medioambiental resulta pertinente y más aun necesario en una región  que  se caracteriza, según la Comisión Nacional de Medioambiente,  por poseer riquezas naturales – identitarias como los son sus Áreas Silvestres Protegidas, sus características físico- ambientales únicas y la visión cosmogónica de la cultura y religión mapuche.

El principal objetivo de este artículo es establecer la pertinencia del análisis geográfico del territorio regional junto a los aportes valóricos de reciprocidad que al respecto nos enseña la cosmovisión mapuche.  Específicamente considerando la potencialidad de territorio regional, la aptitud turística de este y la necesidad de pensar geográficamente el espacio medioambiental regional desde los aprendizajes escolares hasta los niveles de desición publico – privado.

La Geografía nos humaniza frente al territorio
           
Desde nuestro punto de vista, actualmente existe muy poca voluntad por parte del mundo productivo chileno y regional en cuanto a pensar en el territorio desde una perspectiva más sustentable – o geográfica, lo que ha generado consecuencias medioambientales y sociales en ámbitos que se deben estudiar como sistemas interdependientes. Esta poca voluntad, creemos que se debe ya sea por un tema de los altos costos que conlleva una transformación mas ecológica del proceso productivo o porque simplemente el nivel de utilidades de las empresas se vería mermado si redujeran la voraz explotación que hacen de los recursos naturales y si además tuvieran que hacerse responsables de los daños medioambientales que muchos procesos productivos generan. En efecto, existe una clara disociación entre medioambiente, explotación de los RR. NN. y las comunidades locales mapuche y no mapuche que directa o indirectamente sufren las consecuencias de espacios ambientales deteriorados.
En este escenario la Geografía en cuanto a la relación sociedad- naturaleza nos enseña a que ambos elementos “no son conceptos opuestos; sociedad no es contrario a naturaleza, hay múltiples redes de continuidad y reciprocidad entre estas dos naturalezas, aunque de manera simultanea cada una presenta sus particularidades, pero en ningún caso existen aisladamente entre si” (1). Efectivamente, sólo hoy, con el cambio climático, producto del calentamiento global, esta premisa cobra relevancia en el sentido de que la preeminenencia del desarrollo económico y/o productivo por sobre la capacidad medioambiental de regeneramiento a dejado en evidencia la opuesta relación que desde hace más de dos siglos ha tenido la sociedad capitalista y la naturaleza.
Dicho de otro modo y ante esta problemática “la geografía juega un papel importante como aquella disciplina, cuyo objetivo es estudiar la interrelación  de todos los elementos del ambiente, tanto físicos como humanos y la expresión espacial de los hechos del hombre en un marco territorial” (2). Concretamente, esto significa que en la toma de desiciones con implicancias territoriales y/o ambientales no se pueden aislar del análisis ninguno de los elementos tanto físicos como humanos, y la interrelación que se produce entre estos, por darle prioridad sólo a consideraciones económicas de corto plazo. Es decir, la racionalidad geográfica y sus métodos de análisis no excluyentes nos humaniza frente al territorio.


La Carencia de una Visión y Convicción Geográfica

No es menos cierto que el crecimiento económico del país y la región es un factor siempre a considerar, sin embrago, en vez de reducir nuestra visión al crecimiento económico como único valor trascendental debemos ampliarlo a una visión de desarrollo sustentable- geográfico y humanizador. Esto implicaría sacrificar márgenes de ganancia por una concepción de desarrollo, entendido como una convicción más holística o integradora de las diversas necesidades que poseen todos y cada uno de los elementos físicos y humanos que se interrelacionan en los geosistemas presentes en un territorio.
Con entusiasmo, en nuestra región, se observa actualmente y prevé el sustancial aumento del PIB forestal a corto plazo (3). Sin embargo, ¿existen consideraciones geográficas que cautelen el beneficio y la cobertura de necesidades de los componentes del geosistema vinculados a las plantaciones forestales?. Sería lamentable que por obtener ganancias rápidas se generen procesos de desertificación serios, como los que hoy lamenta la Argentina. (4) ¿Existe REAL control para evitar el deterioro medioambiental?. Esta interrogante se hace aun más preocupante si consideramos que entre los problemas ambientales de importancia en nuestra región se encuentra la erosión y degradación de los suelos (5) en las zonas silvoagropecuarias, más la perdida constante de bosque nativo, producto del mínimo o nulo control que se realiza en las zonas afectadas.
La contaminación de cursos y cuerpos de agua por residuos domésticos e industriales y los inadecuados sistemas de recolección y disposición final de residuos sólidos por parte de más del 50 % de las comunas de las región, entre ellas Temuco; generando las contaminación de las napas subterráneas y el deterioro del paisaje (6) y, por tanto, a la población y/o elementos biótico y abióticos, demuestra que en el origen de esos problemas las consideraciones o criterios geográficos estuvieron ausentes, pero que hoy resultan pertinentes de modo tal que no se repitan los daños.

Hacia una Mirada Reciproca del Territorio

En este contexto resulta interesante, y por que no  necesario, mirar hacia la cultura mapuche y emular concepciones acerca del entorno natural de este pueblo, en cuanto cosmogónicamente han tenido con la tierra y sus elementos una relación de respeto, producto de la reciprocidad que  implica cuidar o preservar la tierra, ya que, de esta manera, esta última hará lo mismo por la comunidad. En efecto, el “principio de reciprocidad universal está en el centro del cosmovisión indígena (…) Un concepto básico: yo te doy, tú me das. Pero con justicia” (7). En otros términos, la visión geográfica del territorio, entendida como la interrelación equilibrada, no antagónica, entre los diversos elementos del entorno natural, está presente en las concepciones cosmogónicas mapuche. “Hombre y tierra van de acuerdo. No se afana por tener más de lo que necesita” (8). De esta visión del universo las ciencias que estudian la naturaleza deberían rescatar y apropiarse, lo que resultaría menos vergonzoso que la apropiación que se hizo de sus íconos históricos primero y de sus territorios y recursos después. Es decir, si existe algo que pueda compensar las consecuencias negativas de la relación unilateral que se ha tenido con el pueblo mapuche históricamente es precisamente rescatando la concepción que este pueblo tiene del territorio y sus elementos que lo componen y, de esta forma, con humildad, reconocer en esta visión la sabiduría que a los estilos de desarrollo no mapuche, a través de la historia, les ha faltado.
Por último, y de acuerdo a lo que se ha señalado antes, es preciso reiterar, que en el contexto actual, resulta  pertinente revisar nuestros paradigmas vinculados a la relación  del hombre con el territorio y, de esa forma, abandonar la concepción dominante y confrontacional hacia la naturaleza, desde la cual no se está consciente de estar inserto en la naturaleza al punto de convertirse en enemigo de esta, desconsiderando el concepto de reciprocidad que la cosmovisión mapuche enseña (9). En efecto, tanto la concepción mapuche de su entorno como también los métodos de análisis de la geografía tienen un patrón común, que no es precisamente colocar al hombre en el centro de las cosas, cual dominador ante el dominado, sino más bien colocar al hombre como una parte integrante de un sistema natural en el cual las interrelaciones son reciprocas: tu me cuidas, yo te cuido; tu me haces daño, yo hago lo propio. Nada más evidente se torna esta premisa en el contexto de crisis medioambiental mundial y su extensión o implicancias a escala regional.   


 

* Profesor de Estado Historia Geografía y Ed. Cívica y Licenciado en  Educación de la Universidad de la   
   Frontera. Desde el 2004 hasta el 2009, profesor del Instituto Eurochileno de Turismo de la Universidad de la   Frontera
   
      

Referencias bibliográficas

(1)(MONTAÑEZ, GUSTAVO; “Geografía y Medio Ambiente” En: ARAYA P. Rodrigo F., “Aportes Metodológicos  para le Enseñanza de la Geografía de la Cuarta Región, en Educación Media”; Edit. Universidad de La Serena, Chile, pág 8       
(2). GONZALES, EDELMIRA et. al.; “Manual de materiales didácticos para la enseñanza de la geografía En:  ARAYA P. Rodrigo F., “Aportes Metodológicos  para le Enseñanza de la Geografía de la Cuarta Región, en Educación Media”; Edit. Universidad de La Serena, Chile, pág. 10              
(3) CONAMA en  http://www.sustentable.cl/Portada/Reportajes/1231.asp
(4) SALVAR EL PLANETA, Ecología y Desarrollo Sustentable, Edit, Aun Creemos en los Sueños, 2003, Stgo - Chile       
(5) CONAMA en  http://www.sustentable.cl/Portada/Reportajes/1231.asp
(6) Ibidem, en  http://www.sustentable.cl/Portada/Reportajes/1231.asp
(7) SIERRA, MALÚ, MAPUCHE GENTE DE LA TIERRA, Edit. Sudamericana, año 2000, Santiago - Chile, Pág 32.
(8) Ibidem, pág . 30
(9) Ibidem, pág. 70