jueves, 22 de enero de 2015

La educación en tratamiento intensivo

LA EDUCACIÓN EN TRATAMIENTO INTENSIVO

Señor Director del Diario Austral de Temuco.

Aunque  yo  no  soy partidario incondicional del actual gobierno y más bien me inclino hacía posturas más progresistas, veo con  buenos ojos y una dulce expectativa los cambios que se están proponiendo respecto de nuestra tan  comentada y desprestigiada  educación.

 Desde eliminar el lucro en todas sus formas,  hacer desaparecer el copago en los establecimientos subvencionados por el estado; cambiar el pago de subvención hacía uno por matrícula y no por asistencia, entre otras medidas; sin duda oxigenan a un paciente que debe tener tratamiento intensivo antes que todos sus males estructurales terminen por enviarlo a la tumba del mercado y al bolsillo de quienes jamás tuvieron la intención de educar sino más bien de lucrar inescrupulosamente sobre el lomo de un Estado que sabrosa sangre  les ofrecía a los parásitos.

En efecto, muchos sostenedores se han enriquecido no a costa de su creatividad, innovación, sacrificio personal, etc , sino que al amparo de un estado que ha despilfarrado dineros públicos en alimentar la ambición de sostenedores que bajo el argumento de la libertad de enseñanza, proyectos pluralistas y cuanto perogrullo  existe, no han hecho más que entorpecer el trabajo vocacional  de  profesores y directivos que con  verdadera creatividad, innovación, sacrificio personal mantienen viva, pero en la UTI a nuestra educación.     

Pablo A. Oporto A.

Profesional de la educación    

Formando censantes

Formando cesantes

Con  preocupación veo como cada año se titulan una cantidad de profesionales docentes que no se condice con la demanda real de profesionales que requiere ese sector laboral en Chile y particularmente en nuestra región. Efectivamente, en los últimos cinco años se han creado más carreras de pedagogía para una oferta laboral que no crece al mismo ritmo. Por el contrario, se han cerrado establecimientos producto, entre otros factores, del decrecimiento de la matrícula a raíz – por todos sabido - del bajo crecimiento de la población.  Por tanto, matemáticamente hablando, existirá un grupo importante de esos titulados que simplemente no encontrará trabajo.

Si a ello le sumamos el costo de estudiar los cuatro o cinco años que dura una carrera universitaria en uno de los países con la educación superior más cara del mundo, resulta inmoral que el MINEDUC u otra autoridad permita esta situación. Es más, es evidente que a las casas superiores que dictan estas carreras la situación no les preocupa, ya que los costos de formar a un profesor no es caro si se compara con los ingresos o “utilidades” que obtendrán con los estudiantes que se matriculen en sus carreras de pedagogía. En fin, el negocio es redondo.

Sin embargo, aunque esto último no es delito, debería existir una instancia en que, a través de evidencias irrefutables, los perjudicados con esta situación puedan solicitar la restitución o compensación justa por el daño y perjuicio causado, ya que el daño equivale, a quien lo vive, a ser estafado, por cuanto detenta un título profesional que no le sirve, y por tanto tendría todo el derecho de reclamar a quien le presto el servicio de formarlo como profesional.


Por último, es necesario que la educación superior en Chile no se mueva como un bien de libre mercado, ya que las consecuencias para quienes se ven perjudicados con la situación anteriormente expuesta, es nefasta laboralmente, emocionalmente y económicamente por largo tiempo. En ese sentido, no es lo mismo comprar un televisor, bajo la lógica del libre mercado, sin presiones de nadie y que este aparato me salga defectuoso. Lo cambio y listo. El daño es reparado rápidamente, no así el daño provocado a un profesional formado para quedar cesante.

Pablo Oporto. Profesor de Ens. Media en H.G. E. C.

Invertir en política, pingue negocio

                                          Invertir en política, pingue negocio

Con el caso PENTA (2013 - 2014) relacionado al financiamiento ilícito de campañas políticas principalmente a candidatos de derecha, ha quedado demostrado la disociación que existe entre la clase política chilena y sus electores, los justos ciudadanos, quienes participamos del ritual de la democracia cada cierto tiempo votando por proyectos políticos que no necesariamente están relacionados con los intereses del 1% de la población que concentra el 30% de la ingresos (Fund. Sol). En efecto, ha quedado demostrado que muchos de los dirigentes políticos elegidos en las urnas, se han transformado en brazos políticos de grupos empresariales que han visto en el parlamento una posibilidad más de inversión, la inversión en política.

Cual estrategia de negocios, financiar la política es, al igual que peligroso para una democracia, también rentable para los grupos económicos, que ven como sus rentabilidades se maximizan teniendo verdaderos “agentes” de sus negocios en el parlamento. Los grupos empresariales han visto que lo que no se puede lograr en el directorio de la empresa se puede lograr a través de leyes que favorezcan sus intereses - nada republicanos por cierto - a través de la no muy costosa inversión en el financiamiento de tal o cual campaña política. 

¿Cómo podemos confiar en que las leyes emanadas del Poder Legislativo están consagradas en el Bien Común  y no en el bien particular de un grupo económico?. Si no se reforma el sistema de financiamiento de las campañas políticas corremos el riesgo de que nuestro parlamento se convierta en un poder del Estado a la medida de los intereses económicos particulares más que a la medida de una República. Si se sigue permitiendo que las empresas financien campañas políticas, entonces deberá transparentarse esa situación para que tal o cual parlamentario, por ley, se abstengan de votar en proyectos donde tienen claros o evidentes conflictos de intereses.

Solo espero que después de este remesón político la clásica “paloma” encumbre vuelo muy lejos y deje así el espacio al debate de las ideas, y de esa forma los justos ciudadanos ocupemos nuestro lugar en el parlamento, de donde jamás debimos salir.